En este relato, se describe cómo Lázaro adquirió una vivienda en Salvador donde su madre, Célia Maria Ramos, sufrió abusos físicos mientras trabajaba como empleada doméstica. Este lugar se ha transformado ahora en una organización no gubernamental que apoya a personas rescatadas de condiciones laborales similares a la esclavitud. La memoria de Célia vive plasmada en un mural en las paredes del edificio.
El sitio que alguna vez fue testigo de injusticias se ha convertido en un centro de esperanza y recuperación. A través de la conversión de esta casa en una ONG, el dolor pasado de Célia se convierte en una fuente de inspiración para otros.
La historia de Célia no solo refleja su lucha personal, sino también simboliza un cambio más amplio hacia la justicia social. Al grafitear su rostro en las paredes, se rinde homenaje tanto a su valentía como al poder transformador del arte y la solidaridad humana.
El mural dedicado a Célia es un recordatorio constante de la importancia de reconocer y reparar las heridas del pasado. Su presencia en las paredes inspira a quienes buscan superar sus propias adversidades.
Este tributo visual invita a reflexionar sobre cómo los lugares cargados de historias difíciles pueden redimirse y ofrecer nuevas oportunidades. En cada trazo del grafiti, se encuentra un mensaje de fortaleza y perseverancia, conectando el legado de Célia con las generaciones futuras.