En una tarde cargada de emociones, Román Collado enfrentó no solo a seis astados de La Quinta, sino también al desafío psicológico que impuso la inesperada ausencia de Borja Jiménez. Este último sufrió una grave cogida durante su primer intento, dejando a Collado como único protagonista de una corrida marcada por toros de calidad y un público exigente. A pesar de los vientos adversos y algunas dificultades con la espada, Collado logró cortar dos orejas y salir por la puerta grande, consolidándose ante una plaza que reconoció sus esfuerzos. Paralelamente, la salud de Jiménez permaneció en el centro de atención tras recibir varios golpes graves.
La corrida de La Quinta destacó por su casta y bravura, ofreciendo ejemplares memorables que pusieron a prueba las habilidades del diestro valenciano. Entre ellos, un quinto toro especialmente sobresaliente fue premiado con una vuelta al ruedo, mientras que otros cuatro también merecieron elogios por su comportamiento variado. Sin embargo, la técnica limitada de Collado y ciertos contratiempos hicieron que su actuación no alcanzara la perfección esperada, aunque su determinación resultó evidente hasta el final.
Tras la dramática cogida de Borja Jiménez, el curso de la tarde cambió radicalmente. Con el torero herido y retirado hacia la enfermería, Román Collado asumió la responsabilidad de lidiar todos los toros restantes, transformando un mano a mano en una prueba personal de resistencia y coraje. El ambiente en la plaza se tornó tenso pero respetuoso, consciente de la magnitud del reto.
Desde el principio, la ausencia de Jiménez influyó en el desarrollo de la lidia. El tercer toro, inicialmente asignado al lesionado, cayó bajo la muleta de Collado, quien mostró sus virtudes y defectos ante un público crítico pero comprensivo. Si bien algunos de sus pases brillaron por su elegancia, otros reflejaron las limitaciones técnicas del diestro, especialmente cuando el aire jugó en contra o cuando su ejecución falló debido a errores propios. Este cambio abrupto en el orden de lidia probó no solo su habilidad física, sino también su capacidad mental para adaptarse a circunstancias imprevistas.
Román Collado demostró ser mucho más que un simple torero; se erigió como un ejemplo de perseverancia frente a la adversidad. Su faena con el quinto toro, particularmente, cautivó a la audiencia por la calidad del animal y la entrega del matador. Aunque la espada volvió a ser su talón de Aquiles en algunos momentos, su voluntad de superar cada obstáculo resultó indiscutible. Al final, la puerta grande le abrió sus brazos como reconocimiento a un día de sacrificio y valentía.
La corrida concluyó con un balance mixto: un inicio lleno de incertidumbre debido a la lesión de Jiménez, seguido por actuaciones individuales que alternaron entre lo sublime y lo imperfecto. Collado enfrentó cada toro con distinta intensidad, destacando especialmente frente a aquellos que combinaban bravura y nobleza. Sin embargo, factores externos como el viento y su propia inexperiencia en ciertas situaciones complicaron su labor. Pese a todo, su actitud positiva y su compromiso con el arte taurino prevalecieron, asegurándole el triunfo final. Esta jornada quedará grabada en la memoria colectiva como un testimonio vivo de cómo el talento y la fortaleza pueden sobreponerse incluso a los momentos más oscuros.