En el corazón de las discusiones post mortem del papa Francisco se encuentran críticas y alabanzas que reflejan la polarización de su legado. Desde Madrid hasta Roma, voces como Esperanza Aguirre y Susana Díaz emergen como referentes clave para entender diferentes facetas de este liderazgo.
Uno de los puntos más resonantes en las palabras de Esperanza Aguirre es la percepción de un distanciamiento significativo hacia España durante el papado de Francisco. Según sus declaraciones, esta decisión no solo fue decepcionante, sino también contraproducente frente a su discurso de inclusión global. La expresidenta cuestionó cómo un líder que proclamaba atención a las periferías podía omitir visitar una nación con raíces históricas tan profundas en la Iglesia católica.
Además, resaltó la aparente contradicción en las prioridades geográficas del papa. Su frecuencia en viajes a países como Francia y Portugal dejó a España en un segundo plano, lo que, según Aguirre, debilitó su mensaje universalista. Este análisis no solo toca aspectos protocolarios, sino también estratégicos relacionados con la influencia religiosa en Europa.
Otro episodio mencionado por Aguirre es el pedido de perdón emitido por Francisco durante su visita a México. Aunque algunos interpretaron esta acción como un gesto histórico de reconciliación, para la exlíder madrileña representó un desconocimiento de los logros fundamentales de la Iglesia en ese territorio. Desde su perspectiva, llevar educación superior y transformar cultos ancestrales fueron hitos que merecían reconocimiento más que disculpas.
Este debate amplifica tensiones entre tradición y modernidad dentro del catolicismo contemporáneo. Si bien pedir perdón puede ser visto como un paso hacia la humildad institucional, también despierta debates sobre cuándo debe priorizarse el homenaje a las contribuciones pasadas frente a los errores cometidos.
Susana Díaz, desde otra óptica, reconoció avances significativos pero también limitaciones estructurales en el pontificado de Francisco. Para ella, uno de los mayores aciertos fue abordar públicamente los escándalos de abuso sexual dentro de la Iglesia. Sin embargo, consideró que estas acciones podrían haber sido más audaces si se hubieran acompañado de reformas tangibles en temas como el rol femenino dentro de la jerarquía eclesiástica.
Desde su punto de vista, la falta de cambios profundos en este ámbito refleja una oportunidad perdida. A pesar de sus intentos por humanizar la comunicación vaticana y adaptarla a nuevas audiencias globales, la resistencia interna parece haber frenado movimientos revolucionarios que pudieran alterar dinámicas arraigadas durante siglos.
El enfoque de Francisco hacia la inmigración y otros asuntos sociales también fue analizado por Díaz. Reconociendo su valentía en estos terrenos, subrayó cómo cada nombramiento o declaración parecía tener implicaciones políticas explícitas. Este estilo de liderazgo, aunque innovador, generó tanto admiración como recelo dependiendo del contexto receptor.
Finalmente, el legado del papa Francisco queda marcado por tensiones inherentes entre tradición y cambio, centralismo y descentralización, y autoridad versus diálogo abierto. Figuras como Esperanza Aguirre y Susana Díaz nos brindan lentes diversos para interpretarlo, destacando tanto sus logros como sus áreas pendientes en un mundo en constante evolución.