En una visita diplomática a Italia, el monarca británico realizó un gesto simbólico al plantar un árbol en la residencia del embajador británico. Durante el acto, el rey bromeó acerca de su esperanza de presenciar el crecimiento del roble, que tarda varias décadas en producir frutos. Este momento refleja no solo su humor característico sino también su conexión personal con actos sostenibles y duraderos.
En un otoño lleno de colores cálidos, el Rey Carlos III, de 76 años, llevó a cabo un acto significativo en Roma. En la Villa Wolkonsky, sede oficial del embajador británico, plantó un joven roble como parte de las celebraciones vinculadas a esta histórica residencia. Junto a él se encontraba la Reina Camilla, compartiendo este momento especial. Al culminar el ritual con la pala aún en mano, el soberano expresó con ligereza su deseo de vivir lo suficiente para apreciar cómo prospera el árbol. Este tipo de robles puede tardar entre veinte y cincuenta años en alcanzar su madurez productiva.
Desde la perspectiva de un periodista, esta anécdota resalta el vínculo del rey con temas relacionados al medio ambiente y la sostenibilidad, además de mostrar su capacidad para conectar con el público mediante el humor. Su comentario subraya también la importancia de los legados a largo plazo y cómo cada acción puede perdurar más allá de nuestra propia vida. Es una lección poderosa sobre la paciencia y la planificación futura.