El grado de resiliencia frente a la desinformación puede estar estrechamente relacionado con nuestras identidades sociales. Tener un conjunto amplio y complejo de estas identidades nos ayuda a reducir sesgos cognitivos y mantener una visión más equilibrada del mundo. Las investigaciones sugieren que las personas con redes sociales menos diversas son más susceptibles a creer información falsa, especialmente cuando esta se alinea con sus valores grupales. Sin embargo, una mayor complejidad en nuestras identidades sociales puede mitigar estos efectos negativos.
La complejidad de la identidad social implica poseer múltiples roles y pertenencias que no se solapan excesivamente. Esto permite que el cuestionamiento de una identidad específica no comprometa nuestra autoestima global, facilitando un procesamiento más objetivo de la información. Además, interactuar con grupos diversos fortalece esta complejidad, promoviendo conexiones significativas y reduciendo la polarización política. En este contexto, expandir nuestras identidades mediante actividades comunitarias o voluntariados podría ser clave para construir una sociedad más resiliente ante la desinformación.
Las identidades sociales moldean profundamente cómo percibimos y evaluamos el entorno, incluida la información que recibimos diariamente. Estas identidades generan vínculos emocionales con ciertos valores compartidos, lo que puede llevarnos a priorizar aquellos datos que reafirman nuestras creencias preexistentes. Por ejemplo, cuando nuestra identidad política es central en nuestro sistema de valores, tendemos a buscar confirmación de nuestras posturas, incluso si esto significa ignorar evidencias contrarias.
Este fenómeno se manifiesta tanto en situaciones triviales como en eventos de mayor relevancia. Desde defender decisiones arbitrales durante partidos deportivos hasta justificar posiciones políticas basadas en información sesgada, nuestras identidades guían inconscientemente nuestras percepciones. La investigación ha demostrado que los sesgos derivados de estas identificaciones pueden aumentar considerablemente cuando nuestras redes sociales carecen de diversidad ideológica. Esto ocurre porque, en ambientes homogéneos, la exposición repetida a ideas similares refuerza creencias erróneas y fomenta la difusión de la desinformación dentro de dichas comunidades cerradas.
Para contrarrestar los efectos perjudiciales de la falta de diversidad en nuestras redes sociales, es fundamental trabajar en la expansión de nuestras identidades. Una mayor complejidad identitaria reduce la dependencia emocional de un solo grupo o cosmovisión, permitiéndonos abordar la información desde perspectivas más variadas y flexibles. Esta capacidad para desconectar parcialmente nuestras creencias de una sola identidad nos hace menos susceptibles a caer en patrones de pensamiento polarizados.
El desarrollo de una identidad social más compleja puede lograrse a través de prácticas cotidianas que fomenten el contacto con grupos diversos. Participar en actividades comunitarias, realizar voluntariado en contextos diferentes a nuestros círculos habituales o simplemente cultivar amistades fuera de nuestras burbujas sociales son pasos importantes hacia este objetivo. Al hacerlo, no solo mejoramos nuestra habilidad para evaluar críticamente la información, sino que también contribuimos a crear puentes entre comunidades fragmentadas. Este enfoque integral no solo beneficia al individuo, sino que también tiene potencial para transformar sociedades enteras hacia una convivencia más armónica y resiliente frente a retos informativos contemporáneos.