Este relato sumerge al lector en un torbellino de 48 horas en la vida de Morante de la Puebla, figura cumbre del toreo contemporáneo. Se narra un periplo que transcurre desde el vibrante ambiente de El Puerto de Santa María hasta el dramático desenlace en Pontevedra. A lo largo de este breve lapso, el diestro afronta la exigencia física de múltiples corridas, las complejidades de su estado anímico y un sonado altercado con otro destacado torero, Roca Rey. A pesar de los desafíos y la culminación con una seria herida, la crónica resalta su inquebrantable compromiso con el arte, la pasión que despierta en la juventud taurina y la resiliencia que caracteriza su trayectoria profesional. Es un testimonio de la intensidad y el riesgo inherentes a la tauromaquia, personificados en la figura de un torero que ha redefinido el arte en la arena.
La travesía de Morante de la Puebla, capturada en este segmento de su vida, se inició con un aterrizaje en Galicia, despertando en el torero la imagen onírica de un toro embistiéndole. Este presagio marcó el tono de las horas venideras. Días de agotadora actividad, con presentaciones consecutivas en Palma de Mallorca, Marbella y El Puerto de Santa María, habían exigido al máximo su físico. En El Puerto, desde la suite 209 de un antiguo palacete, el matador, a sus 45 años y con casi tres décadas de alternativa, reflejaba la magnitud de su temporada. Su apoderado, Pedro, le asistía con las infiltraciones necesarias para aliviar el dolor, evidenciando las huellas que cada corrida dejaba en su cuerpo. La música de Calamaro acompañaba las preparaciones para cada faena, creando una atmósfera única de introspección y concentración.
Un punto álgido de este período fue el controvertido incidente con Roca Rey en El Puerto de Santa María. Antes de la corrida, Morante expresó su versión de la disputa, negando haber vetado a Roca Rey y explicando que la discordia se originó por un quite inoportuno durante una faena. Este altercado, sumado a un previo desencuentro en Granada donde Roca Rey no salió a revisar el ruedo tras una tormenta, puso de manifiesto las tensiones en el ambiente taurino. A pesar de estas rivalidades, Morante mantenía su disposición a torear con cualquier colega, reforzando su visión del compañerismo y la integridad en la profesión. La tarde en El Puerto culminó con un triunfo para Morante, quien, a pesar de la euforia y la polémica, analizaba la arriesgada naturaleza de su arte, la cual casi le cuesta una cogida al intentar una chicuelina temeraria.
El viaje continuó hacia Pontevedra, tras un breve descanso y una reflexión sobre la temporada. En el avión privado, Morante conversaba sobre su trayectoria, los altibajos y la inesperada resurrección de su carrera, que lo ha llevado a la cima del escalafón. Reconoció la influencia de la suerte y su capacidad para acercarse a los toros más que nunca, generando una emoción que ha atraído a una nueva generación de seguidores. A su llegada a Pontevedra, en la habitación 210 del hotel Rías Bajas, la rutina previa a la corrida se repitió: infiltraciones, preparación del traje de luces y la inmersión en un estado de concentración casi místico. La presencia de personalidades como el diseñador Gennaro Rubinacci y la discusión sobre heridas y cicatrices en un tono humorístico revelaban la idiosincrasia del mundo taurino y la resiliencia del torero.
La corrida en Pontevedra, sin embargo, trajo un desenlace dramático. A pesar de su maestría al lidiar con el toro, la temida cornada se hizo realidad. Morante fue herido, una lesión extensa pero limpia que, a pesar de su gravedad, afrontó con serenidad y el ingenio que lo caracteriza. La operación, realizada con anestesia local, se convirtió en un testimonio de su fortaleza, con el torero bromeando incluso sobre los gastos de una cena de marisco. Este incidente, aunque significó una interrupción en su brillante temporada, está destinado a enriquecer su ya legendaria trayectoria. La incertidumbre sobre su regreso a los ruedos dejó un vacío en el calendario taurino, ya que, como se señala, nadie puede sustituir la presencia y el arte de Morante de la Puebla.
La experiencia de estas 48 horas, marcadas por el éxito y la adversidad, culminó con Morante recuperándose en la misma habitación del hotel de Pontevedra, transformada en una improvisada enfermería. Afebril y agotado, reflexionaba sobre el incidente mientras Pedro realizaba las curas. El diálogo sobre la apariencia de la herida, con comparaciones humorísticas, subrayaba la singular mentalidad del diestro. La preocupación por su salud mental, expresada por su apoderado, llevó a la decisión de trasladarlo a Portugal para una recuperación más tranquila. Así, Morante de la Puebla emprendió un nuevo viaje, llevando consigo las cicatrices físicas y las lecciones de una experiencia que, una vez más, confirmó la intrínseca conexión entre el arte, el riesgo y la leyenda en el mundo del toreo.