En un encuentro diplomático que conmemoraba medio siglo de relaciones, la reciente cumbre entre la Unión Europea y China en Pekín estuvo lejos de ser una celebración armoniosa, evidenciando profundas divergencias en lugar de un terreno común. Las discusiones se vieron empañadas por intensos intercambios y desacuerdos persistentes, con la guerra en Ucrania y las tensiones comerciales como temas centrales. A pesar de los esfuerzos por encontrar puntos de convergencia, especialmente en la lucha contra el cambio climático, la reunión concluyó sin una declaración conjunta, reflejando la complejidad y la delicada situación actual de los lazos bilaterales.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, adoptó una postura firme durante las conversaciones. Destacó el papel de China en relación con la agresión rusa y solicitó directamente al presidente Xi Jinping que ejerciera su influencia sobre Vladímir Putin para facilitar el fin del conflicto en Ucrania. Von der Leyen subrayó la preocupación de la UE por la cooperación entre empresas chinas y rusas, la cual, según sus declaraciones, estaría contribuyendo al esfuerzo bélico de Moscú. Este punto se mantiene como una fuente significativa de fricción en cada diálogo entre funcionarios europeos y chinos. Antonio Costa, presidente del Consejo Europeo, reforzó este mensaje, instando a Pekín a monitorear sus exportaciones a Rusia para prevenir el uso de bienes de doble propósito en contextos militares.
A pesar del tono conciliador inicial del mandatario chino, quien enfatizó la necesidad de que ambas partes asuman una mayor responsabilidad en un panorama internacional turbulento, las diferencias se hicieron patentes. Xi Jinping afirmó que, en un momento crucial, China y Europa deben fortalecer la confianza mutua y buscar más puntos en común para asegurar la estabilidad global. Sin embargo, Von der Leyen fue más directa al describir la relación como un “punto de inflexión”, insistiendo en la urgencia de reequilibrar los lazos bilaterales para que sean mutuamente beneficiosos. La cumbre también abordó las restricciones chinas a la exportación de tierras raras, un elemento crucial para la industria tecnológica, donde se logró un avance, y se discutieron las crecientes fricciones comerciales.
Un aspecto notable de la cumbre fue su duración reducida, ya que la parte china canceló una segunda jornada, inicialmente prevista para tratar temas comerciales en Hefei, tras la negativa de Xi Jinping a viajar a Bruselas. Fuentes europeas indicaron que las negociaciones fueron particularmente desafiantes, sugiriendo que Pekín, sintiéndose en una posición de fuerza tras sus interacciones con la administración Trump, intentó aplicar una estrategia similar con Bruselas. A pesar de la creencia de que el retorno de Donald Trump a la escena política podría acercar a Europa y China, las disputas comerciales y el respaldo chino a Rusia han impedido cualquier reacercamiento significativo, con un déficit comercial en constante crecimiento que supera los 350.000 millones de euros anuales.
La Unión Europea sigue expresando su descontento por la falta de avances en la creación de un campo de juego equitativo en el comercio, especialmente en lo que respecta a las subvenciones estatales chinas que afectan a las industrias europeas. Bruselas ha impuesto aranceles a los vehículos eléctricos chinos, mientras que los funcionarios europeos critican la insuficiente adquisición de productos europeos por parte de China para corregir el desequilibrio comercial. Con las exportaciones chinas a la UE aumentando y las importaciones europeas disminuyendo, el desequilibrio se agrava. Von der Leyen advirtió que el mercado europeo no se mantendría indefinidamente abierto si las tendencias comerciales no cambiaban. Por su parte, Xi Jinping buscó desviar la culpa de los desafíos europeos de China, atribuyendo a Europa "percepciones sesgadas" y abogando por el respeto al sistema político y de desarrollo chino. El encuentro concluyó, dejando una sensación de insatisfacción en ambas partes, y con los desafíos geopolíticos y económicos sin resolver.
La cumbre chino-europea dejó en claro que, a pesar de los lazos históricos, las dos potencias se encuentran en un momento crítico, marcado por la desconfianza mutua y la persistencia de desequilibrios comerciales significativos. Las expectativas de un diálogo fluido y constructivo se vieron frustradas por las realidades geopolíticas y económicas, reafirmando que el camino hacia una relación más equitativa y cooperativa será largo y complejo.