Hace una década, un oscuro capítulo en la historia mexicana marcó a toda una nación con la desaparición de 43 estudiantes. Este evento, comparado con la masacre estudiantil de 1968, sacudió las conciencias y movilizó a figuras políticas que lo calificaron como un crimen institucionalizado. Sin embargo, hoy día, el impacto social parece haber disminuido significativamente, mientras las reacciones actuales no alcanzan las dimensiones de aquella época. La pregunta surge: ¿nos hemos acostumbrado a la tragedia o simplemente estamos saturados por la constante avalancha informativa?
En un país donde la violencia ha cobrado espacio en nuestras vidas cotidianas, es cada vez más común sentir cómo la empatía hacia ciertos acontecimientos se diluye. En una tarde otoñal, cuando la noticia sobre los jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa llegó a todos los rincones del mundo, miles salieron a las calles para exigir justicia. Diez años después, esa misma pasión parece haberse atenuado, dando paso a una especie de "normalización" de la tragedia.
El fenómeno puede atribuirse tanto al agotamiento emocional generado por la sobrecarga informativa como a nuestra incapacidad de conectar profundamente con eventos internacionales. Por ejemplo, escenas devastadoras de conflictos bélicos lejanos pueden parecer distantes debido a la falta de vínculos culturales o familiares directos. Sin embargo, lo que sucede en nuestro propio territorio tiene un efecto mucho más palpable en nuestras comunidades locales.
Es aquí donde radica nuestra verdadera capacidad de cambio. Las herramientas están a nuestro alcance: desde ejercer nuestro derecho al voto hasta participar activamente en causas sociales relevantes. Es responsabilidad colectiva garantizar que el gobierno actúe frente a la inseguridad y la impunidad, asegurando así un futuro más seguro para todos.
Desde la perspectiva de un periodista, esta narrativa nos invita a reflexionar sobre la importancia de mantener viva la memoria histórica sin caer en la indiferencia. Si bien es imposible involucrarse en cada causa mundial, debemos priorizar aquellos temas que afectan directamente nuestro entorno cercano. Solo mediante el compromiso consciente podremos construir una sociedad más justa y empática.