La tarde del viernes en Valdemorillo marcó el inicio de una temporada llena de emoción y arte. En la plaza de toros de La Candelaria, los aficionados presenciaron un espectáculo que combinó tradición y modernidad. Entre los novilleros que se presentaron, Javier Zulueta destacó por su interpretación sublime del toreo. Su actuación fue un deleite para los sentidos, lleno de cadencia y pureza, que cautivó a todos los asistentes. Con cada pase, Zulueta logró conectar con el público, quien respondió poniéndose en pie en varias ocasiones. El clímax llegó con un trincherazo de tempo imposible, seguido de un final hacia los adentros que dejó a todos sin aliento. A pesar de algunos contratiempos, como una estocada corta tras un pinchazo, Zulueta obtuvo dos orejas y salió a hombros, cerrando su última temporada como novillero en grande.

Otro nombre que llamó la atención fue el de El Mene. Su desempeño fue variado y creativo, aunque no siempre recibió el reconocimiento esperado. En su primer turno, casi consigue una oreja con un novillo noble pero algo rajado. Sus pases al natural, muy verticales, lograron momentos brillantes. Sin embargo, la oreja no fue concedida en ese momento. En su segundo turno, el mal uso del descabello impidió que redondeara una faena que mostraba más corazón que cabeza. Aun así, su esfuerzo fue aplaudido con una ovación tras petición y una vuelta al ruedo. Alejandro Chicharro, en su despedida como novillero, enfrentó dificultades con sus oponentes, pero su determinación y postura firme fueron notables. Aunque no logró triunfar en este encuentro, su dedicación merece reconocimiento.

La temporada taurina comenzó con el perfume del buen toreo de Zulueta, un recordatorio de que el arte sigue vivo y floreciente. Este evento demostró que, más allá de las dificultades, el toreo es una expresión artística que puede elevar los espíritus y unir a las comunidades. Los aficionados quedaron con ganas de más, sabiendo que la belleza y la pasión del toreo seguirán inspirando a generaciones futuras.