La tarde del segundo festejo mayor de la feria de Fallas quedará grabada en la memoria colectiva de los aficionados a los toros. A pesar de las condiciones climáticas adversas, Iker Fernández demostró su maestría con un estilo único que combinaba temple y profundidad. Su habilidad para manejar ejemplares de escasas prestaciones fue clave para llevarse dos orejas y abrir la codiciada puerta grande.
El joven torero maño enfrentó sus oponentes con una firmeza admirable. En su primer encuentro, un ejemplar fino pero falto de clase, aplicó una técnica que lo hizo destacar. Tirando de él con paciencia, logró estirarlo más allá de lo esperado, siempre desde una posición sólida y segura. Este desempeño no solo reflejó su talento sino también su capacidad para adaptarse a las circunstancias más complicadas.
Con el cuarto novillo, un utrero vareado que presentó embestidas rebrincadas, El Mene volvió a brillar. Su temple fue decisivo para atemperar las dificultades del ejemplar, llevando a cabo una faena memorable caracterizada por naturales sueltos de gran calidad. Estos momentos fueron celebrados por el público, que reconoció en ellos el verdadero espíritu del toreo clásico.
El manejo del tiempo y la distancia en esta faena evidenció el dominio técnico del novillero. Cada movimiento estaba calculado para maximizar el impacto visual y emocional, lo que generó una conexión inmediata con los espectadores. Las estocadas contundentes con las que remató ambos trasteos sellaron su triunfo, dejando claro que su victoria era merecida.
Por su parte, el experimentado novillero sevillano Javier Zulueta tuvo un desempeño más irregular. Aunque enfrentó un lote de Fuente Ymbro con escasas fuerzas, se esperaba más de él dado su trayectoria. En ocasiones exigió demasiado a los animales sin cogerles el aire adecuado, especialmente bajo la intensa lluvia que azotó durante la lidia del quinto.
Este contraste entre expectativa y realidad plantea importantes reflexiones sobre cómo los toreros deben ajustar su estrategia ante condiciones cambiantes. La falta de adaptación puede comprometer incluso a figuras consolidadas, demostrando que el éxito en el ruedo depende tanto de la técnica como de la inteligencia táctica.
El joven valenciano Simón Andreu mostró voluntad constante a pesar de su menor experiencia. Con el tercero, un ejemplar inicialmente prometedor que se rajó tras el tercio de banderillas, intentó compensar con esfuerzo y dedicación. Su actuación incluyó un buen par de cortas al quiebro, aunque no logró obtener grandes resultados debido a errores con la espada.
En el sexto, enfrentó la violencia seca de un animal que lo puso en apuros desde el principio. A pesar del lodazal que cubría el ruedo, mantuvo su postura con empeño, aunque su faena careció de premios significativos. Este episodio subraya la importancia de la preparación física y mental para enfrentar situaciones extremas en el mundo del toreo.
Los seis novillos de Fuente Ymbro presentaron características desiguales, algunos manejables pero todos necesitaban un punto extra de fuerza y raza. Esta heterogeneidad añadió complejidad al desafío de los tres novilleros. Entre las cuadrillas, destacó Puchano con su labor picando al sexto, contribuyendo a elevar el nivel general del espectáculo.
El segundo festejo de abono registró una asistencia modesta, con menos de un cuarto de entrada (unas 2.000 personas), en una tarde fría y lluviosa. Sin embargo, la calidad de las actuaciones compensó la ausencia de público masivo, demostrando que el arte taurino sigue siendo capaz de cautivar incluso en condiciones desfavorables.