Imagínese un escenario donde lo que alguna vez fue un lujo se convierte en una necesidad imperiosa. En nuestro día a día, internet no solo es una herramienta para comunicarnos o trabajar, sino también un reflejo de quiénes somos como sociedad. Sin embargo, cuando las luces se apagan y los dispositivos se quedan mudos, surge una verdad incómoda: estamos construyendo castillos sobre arenas movedizas.
El lunes 28 de abril de 2025 marcó un antes y un después en esta narrativa tecnológica. Durante horas, millones de personas en España tuvieron que adaptarse al silencio digital. Fue entonces cuando algunos recurrieron a métodos antiguos para reconectar con el mundo exterior. Libros, conversaciones cara a cara y hasta pequeñas caminatas nocturnas se volvieron actos revolucionarios en medio de la oscuridad. Pero, ¿qué pasa cuando incluso esos gestos simples parecen insuficientes?
En plena noche, mientras buscaba una conexión WiFi activa cerca de mi gimnasio local, me encontré con algo que podría definirse tanto como poético como absurdo. Allí estaba yo, iluminado únicamente por la pantalla de mi teléfono móvil, intentando reestablecer esa conexión vital llamada internet. Era como si, en ese preciso momento, toda mi existencia dependiera de aquel pequeño aparato.
Esta imagen encapsula perfectamente el dilema contemporáneo: ¿somos realmente libres cuando nuestra libertad está atada a cables invisibles? Al observar a otras personas dentro del gimnasio, continuando con sus rutinas diarias bajo focos brillantes, sentí una mezcla de admiración y desdén. Admiración porque seguían adelante pese a todo; desdén porque quizás habíamos llegado demasiado lejos en nuestra adicción al progreso técnico.
Mientras esperaba que la luz regresara, aproveché para leer uno de mis libros físicos favoritos en la terraza. Monstruos, de Claire Dederer, me acompañó durante esas últimas horas de calma relativa. Ese mismo día había estado considerando seriamente cambiar hacia un libro electrónico, pensando en la conveniencia y el espacio que ahorraría. Sin embargo, algo dentro de mí resistía esa transición.
Los defensores de los libros electrónicos argumentan que son más ecológicos y prácticos, pero para mí, leer en una pantalla carece de alma. Cada página impresa tiene un peso emocional que ningún dispositivo puede replicar. No soy nostálgico ni romántico del papel, simplemente encuentro dificultades para confiar en palabras digitales. Aunque, paradójicamente, cuando la tecnología falla, siento que pierdo parte de mí mismo.
Cuando finalmente calculé cuánto dinero podría ahorrarme al año al adoptar completamente el formato electrónico, me topé con un obstáculo inesperado: ¿y si otro apagón como este ocurriera nuevamente? La posibilidad de quedar sin acceso a mis lecturas preferidas me hizo reconsiderar mi postura. Tal vez, después de todo, la comodidad moderna tiene un costo oculto que pocas veces medimos adecuadamente.
Este ejercicio mental me llevó a reflexionar sobre otros aspectos de mi vida que podrían colapsar ante una interrupción similar. Desde el entretenimiento hasta la comunicación, cada área parece depender de una red invisible que, aunque confiable en teoría, puede fallar en cualquier momento. Y cuando eso sucede, nos encontramos preguntándonos si realmente hemos avanzado o simplemente hemos cambiado el modo en que retrocedemos.
Al día siguiente del apagón, decidí cargar con tres libros físicos en lugar de uno o dos habituales. Ninguno era electrónico, obviamente. Esta elección simbólica representaba mi rechazo temporal a la fragilidad del mundo digital. Por supuesto, tarde o temprano tendría que volver a interactuar con él, pero ahora lo hacía desde una perspectiva diferente.
Correr en una cinta en el gimnasio ese mismo día me resultó tanto tranquilizador como extraño. Ver a otras personas hacer lo mismo mientras afuera aún resonaban ecos del caos anterior fue una experiencia surrealista. En algún punto, entendí que la confianza en la tecnología moderna sigue siendo fundamental, pero también aprendí que nunca debemos subestimar la importancia de mantener alternativas sólidas frente a emergencias.