En la historia del cine, pocas prácticas han sido tan comunes como la apropiación de ideas. Desde sus inicios, este medio ha tomado prestados elementos de diversas artes y géneros. En su evolución, incluso los cineastas comenzaron a inspirarse entre sí, destacando figuras como D.W. Griffith, cuyas obras influyeron profundamente en generaciones posteriores. En este contexto, Kelly Reichardt explora un tema recurrente en su filmografía: el robo. Su última película, ambientada en los años 70, narra la historia de un carpintero desempleado que se convierte en ladrón de arte aficionado, ofreciendo una visión inusualmente introspectiva sobre el mundo de los atracos.
En una época dorada donde los robos analógicos aún eran posibles, The Mastermind nos traslada a un escenario lleno de nostalgia y desesperanza. Josh O'Connor interpreta al protagonista, un hombre común cuya vida da un giro inesperado cuando decide involucrarse en el mundo del crimen. A diferencia de las clásicas películas de atracos, esta obra no celebra la astucia ni la perfección del plan. En cambio, Reichardt utiliza una narrativa pausada y reflexiva para explorar temas como la fatalidad y el vacío existencial.
La película está teñida por una banda sonora de jazz que complementa perfectamente su atmósfera melancólica. Con cuidados detalles que recrean la época con precisión, la directora construye un relato donde los personajes enfrentan callejones sin salida, pero lo hacen con una elegancia cinematográfica que invita a la contemplación. Este enfoque distinto transforma un género tradicional en una experiencia única, alejándose de clichés para ofrecer una mirada honesta sobre la fragilidad humana.
Desde la perspectiva de un espectador, esta película nos enseña que incluso en mundos aparentemente glamorosos como el cine o el crimen, existe espacio para historias simples y auténticas. La elección de Reichardt de enfocarse en lo imperfecto y lo cotidiano es una declaración poderosa sobre cómo las narrativas más memorables a menudo surgen de lo inesperado. En un mundo donde todo parece estar predeterminado, encontrar belleza en la imperfección puede ser una lección valiosa tanto para creadores como para público.