El interrogatorio ante la juez ha dejado entrever una serie de omisiones por parte del jefe de Climatología de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), José Ángel Núñez. A través de preguntas incisivas, Bueno ha demostrado que la información proporcionada el día de la riada no solo fue insuficiente, sino también errónea, lo que comprometió severamente la respuesta gubernamental.
Uno de los puntos centrales del debate reside en la clasificación de alertas emitidas por la AEMET. Según el testimonio presentado, la agencia subestimó la magnitud de la tormenta hasta última hora, retrasando la elevación del nivel de alerta a naranja hasta las 07:52 horas del día 29 de octubre. Este retraso significativo tuvo consecuencias devastadoras para la población afectada, ya que no se les pudo advertir con suficiente antelación.
Además, la transición al nivel rojo ocurrió aún más tarde, a las 09:41 horas, pero incluso entonces, la agencia proyectaba un fin prematuro de la tormenta para las 18:00 horas. Sin embargo, el clímax de la catástrofe llegó dos horas después, cuando las aguas comenzaron a desbordar sin control. Este error de cálculo no solo expuso la vulnerabilidad del sistema de alerta temprana, sino que también evidenció fallas en la coordinación interinstitucional.
Otro aspecto crucial destacado durante el juicio es la falta de comunicación efectiva entre las autoridades meteorológicas y los organismos regionales. Según Bueno, la Generalitat Valenciana recibió información equivocada o incompleta, lo que provocó malentendidos críticos en la toma de decisiones. Por ejemplo, creyeron que el nivel rojo terminaría a las 18:00 horas, lo que llevó a una planificación defectuosa.
Este problema de comunicación se amplificó cuando el propio jefe de la AEMET omitió mencionar el nombre del barranco Poyo durante toda la reunión del CECOPI. Para muchos observadores, esta omisión resulta incomprensible, dado que este barranco era el epicentro de la catástrofe. Tal descuido podría atribuirse a la confusión interna dentro de la propia agencia o a una falta de protocolos claros para transmitir información crítica.
El testimonio de José María Bueno también ha puesto en entredicho las competencias asignadas dentro del organismo meteorológico. Durante su intervención, Bueno señaló que José Ángel Núñez había declarado que debió haberse convocado el CECOPI a las 11:00 horas y enviarse una alerta a la población. Sin embargo, el mismo testigo admitió que no había trasladado dicha información a tiempo ni a nadie relevante, argumentando que no era su responsabilidad directa.
Esta declaración levanta serias dudas sobre la estructura organizativa de la AEMET y sugiere que las líneas de comunicación y responsabilidad están borrosas o incluso inexistentes. Si bien es cierto que cada funcionario tiene un papel específico, la naturaleza urgente de una emergencia climática requiere una acción rápida y coordinada, algo que claramente faltó en este caso.
El caso del barranco Poyo deja una lección fundamental para el futuro: la importancia de sistemas de alerta temprana robustos y bien articulados. No basta con prever fenómenos climáticos extremos; es necesario garantizar que esa información llegue a quienes realmente pueden actuar sobre ella. Esto implica no solo mejorar las herramientas tecnológicas disponibles, sino también fortalecer los canales de comunicación entre instituciones.
Además, el incidente resalta la necesidad de establecer protocolos claros de actuación en situaciones de emergencia. Un sistema donde las responsabilidades estén bien definidas puede evitar futuros desastres como el ocurrido en Valencia. En última instancia, la protección de vidas humanas debe estar siempre por encima de cualquier consideración burocrática o técnica.