La actriz griega Ariane Labed, conocida por su colaboración con el cineasta Yorgos Lanthimos, da un paso al frente como directora con una obra que explora las complejidades de la adolescencia y los vínculos familiares. Inspirada en la novela "Hermanas" de Daisy Johnson, su película narra la historia de dos hermanastras, July y September, cuya vida transcurre en un entorno claustrofóbico junto a su madre artista. A través de dinámicas perturbadoras y juegos cargados de simbolismo, la narrativa se adentra en temas profundos como la identidad, el primer amor y la transición hacia la edad adulta. Con un estilo visual único y una atmósfera opresiva, Labed redefine los cánones del cine contemporáneo.
En un pequeño rincón del mundo donde las reglas parecen estar escritas por fuerzas desconocidas, July y September viven bajo la sombra de una figura materna marcada por un misterio nunca revelado. La primera es una adolescente extrovertida y dominante, mientras que la segunda encarna la introspección y la sumisión. Este contraste entre ambas crea una tensión palpable desde el inicio, convirtiendo cada interacción en un ejercicio de poder y vulnerabilidad. El juego central de obligar a la otra a cumplir deseos caprichosos no solo refleja sus personalidades opuestas, sino también una lucha implícita por definirse en un mundo que parece hostil.
La trama avanza como un sueño febril, lleno de giros inesperados y momentos crudos que desafían las expectativas del espectador. Inspirándose en el universo literario de Daisy Johnson, Labed construye un espacio donde las emociones humanas se manifiestan de manera exagerada y contradictoria. Las protagonistas enfrentan sus primeras experiencias sexuales y emocionales en un contexto tan surrealista como realista, destacando cómo estas transformaciones marcan profundamente sus vidas. La dirección de Labed se aleja deliberadamente de clichés habituales para ofrecer una perspectiva más auténtica y visceral sobre la pubertad.
El estilo visual de la película es otro de sus puntos fuertes. Con planos cuidadosamente diseñados y una paleta de colores que evoca tanto calma como angustia, Labed logra capturar la dualidad inherente a la adolescencia. Cada escena está imbuida de un simbolismo denso, invitando al espectador a reflexionar sobre las capas ocultas de significado detrás de acciones aparentemente simples. Aunque algunos críticos podrían argumentar que ciertos giros narrativos resultan innecesariamente extravagantes, estos contribuyen a la esencia experimental de la obra.
Más allá de sus imperfecciones, la película de Labed deja una huella imborrable en el espectador. Su capacidad para explorar temas universales a través de una óptica única y provocadora establece a la directora como una voz fresca dentro del panorama cinematográfico actual. Al rechazar fórmulas preestablecidas y abrazar la incertidumbre como motor creativo, Labed nos entrega una experiencia visual y emocional que perdurará en nuestra memoria mucho después de que las luces del cine se enciendan.