Cala Portixol, un enclave de belleza natural en Jávea, se ha transformado en un imán para el turismo impulsado por las redes sociales, especialmente Instagram. La imagen idílica de sus casitas blancas con puertas azules atrae a miles de visitantes, que llegan en masa para capturar la foto perfecta. Esta popularidad, sin embargo, ha generado una afluencia desbordante, evidenciada por la escasez de aparcamiento y las largas filas para acceder a los puntos más fotogénicos. La situación ha llegado a tal punto que la capacidad de la cala se ve superada, afectando la experiencia tanto de los visitantes como de los locales.
La saturación de Cala Portixol ha propiciado el surgimiento de soluciones creativas, aunque informales, para el estacionamiento. Personas como Virginia, una residente de 88 años, han encontrado una fuente de ingresos al ofrecer terrenos privados para aparcar vehículos, cobrando tarifas que pueden sumar una considerable cantidad de dinero en pocas horas. Este fenómeno subraya la alta demanda y la disposición de los turistas a pagar por comodidades en un entorno colapsado. Aunque Virginia ve en esto una oportunidad, también lamenta la transformación del lugar que conoció desde niña, un sitio donde la pesca artesanal ha sido reemplazada por la avalancha de visitantes.
La atmósfera en Cala Portixol es de constante movimiento y actividad. El aire se llena con el sonido de las tablas de pádel surf inflándose, mientras los bañistas se preparan para explorar las aguas cristalinas. Sin embargo, la sobrepoblación es innegable, con colas que se forman incluso a primera hora de la mañana para fotografiarse en los puntos más emblemáticos. Este escenario ha generado frustración entre los residentes, quienes han expresado su descontento a través de protestas simbólicas. Pancartas y mensajes como "Paremos la turistificación. Tourist go home" reflejan un sentimiento de pérdida de identidad y control sobre su propio territorio.
El colectivo 'Garrot' se ha erigido como la voz de la resistencia contra la masificación turística en la Marina Alta. Sus acciones, que incluyen la colocación de pancartas y pegatinas con su símbolo (una señal de prohibido sobre una chancleta con calcetín, caricatura del turista prototípico), buscan concienciar sobre los efectos negativos del turismo. Garrot argumenta que la masificación ha disparado el precio de la vivienda, expulsado a los residentes, transformado el comercio local y despersonalizado el espacio público. Para ellos, no es "turismofobia", sino "vecinofilia", una defensa apasionada de su comunidad y su forma de vida.
La región de la Marina Alta, incluyendo Jávea, ha sido moldeada por un desarrollo urbanístico intensivo, caracterizado por la proliferación de chalets y piscinas. Esta expansión, que en el pasado fue vista como progreso, ahora revela sus costos. La densidad de piscinas en la zona, una por cada cinco habitantes, es un testimonio del crecimiento desmedido. Este modelo, descrito como "suburbano norteamericano", fomenta la desconexión social y el aislamiento, alterando el paisaje y la convivencia. A pesar de la prosperidad que el turismo parece traer, los datos del índice AROPE, que mide el riesgo de pobreza, sugieren que no todos los residentes se benefician de este modelo.
La lucha de Garrot, aunque visible, ha enfrentado críticas y escepticismo por parte de quienes dependen directamente del turismo. Muchos se preguntan sobre las alternativas económicas que proponen, ya que la industria turística es una fuente vital de empleo y riqueza para la región. Sin embargo, Garrot insiste en que el problema es estructural y que la dependencia del turismo ha llevado a una mercantilización del territorio y una pérdida de la cultura local. La presencia de comunidades extranjeras con sus propias infraestructuras, como en Poble Nou de Benitatxel, agrava la preocupación por la pérdida de identidad cultural y la saturación de los servicios públicos.
A pesar de que el verano termina, la presencia del turismo en Jávea y la Marina Alta es una realidad constante. Las playas, restaurantes y carreteras seguirán experimentando una afluencia significativa, demostrando que el turismo se ha convertido en una parte intrínseca de la vida cotidiana. Los movimientos como Garrot buscan generar un debate sobre un modelo turístico más sostenible y equitativo, que respete la vida local y el patrimonio cultural. La pregunta de cómo equilibrar la prosperidad económica con la preservación del entorno y la comunidad sigue siendo el desafío central para Jávea y otras localidades costeras.