En el corazón de Asturias, el santuario Corazón Verde emerge como un faro de esperanza para los animales maltratados y abandonados. Fundado por Josetxo Segarra, este refugio se ha convertido en el hogar de más de un centenar de criaturas, cada una con una historia de supervivencia y resiliencia. Este lugar no solo rescata vidas, sino que también promueve una filosofía de respeto absoluto hacia todos los seres vivos, desafiando las prácticas que cosifican y explotan a los animales. La dedicación incansable de Josetxo y su equipo de voluntarios demuestra que la compasión y el cuidado pueden transformar vidas, ofreciendo un futuro de paz y dignidad a aquellos que han conocido el sufrimiento más profundo.
La historia de Christian, un cabritillo, es un testimonio conmovedor de la misión de Corazón Verde. Rescatado en Madrid por la Policía Nacional de un local de esoterismo, Christian estaba a punto de ser sacrificado en un ritual de santería cubana. La escena, descrita por los agentes, era dantesca: gallinas decapitadas y sangre por doquier. Christian, un ser diminuto y aterrorizado, fue el único superviviente. Al llegar al santuario, el joven cabritillo estaba tan traumatizado que se negó a comer y beber durante tres días. Contra todo pronóstico, logró salir adelante y hoy, con 90 kilos de peso, es un miembro próspero y sin traumas aparentes de la comunidad de Corazón Verde, pastando tranquilamente junto a ovejas y otras cabras como D'Artagnan, quien también tiene su propia historia de recuperación tras años de negligencia.
El santuario Corazón Verde, ubicado en Piloña, Asturias, abarca una vasta extensión de 110.000 metros cuadrados, un paraíso natural de avellanos, castaños, robles y árboles frutales. Este entorno idílico proporciona un hogar seguro para animales de granja de todas las formas y tamaños, incluyendo aquellos con malformaciones o necesidades especiales. Josetxo Segarra, el fundador, es una figura central en este ecosistema de compasión. Su transformación personal es notable: dejó una vida de lujo en Navarra, impulsado por la convicción de que la verdadera felicidad reside en otra parte. Desde 2016, cuando estableció el santuario en su comunidad foral antes de trasladarlo a Asturias en junio pasado, Josetxo ha dedicado su existencia al bienestar animal. A pesar de las privaciones personales, como vivir sin calefacción, su compromiso es inquebrantable.
La filosofía de Josetxo es radicalmente inclusiva: \"Mostramos el mismo respeto hacia la hormiga que hacia el caballo\". Él critica que \"el 80% de la economía se basa en el maltrato y sufrimiento animal\", y compara comer cordero con \"violar a un niño\". El santuario opera bajo la premisa de que todos los seres son sintientes y merecen consideración. Este compromiso se extiende a cada aspecto de la vida en el santuario; no se arranca una flor ni se mata una mosca, buscando romper con la jerarquía impuesta por el hombre sobre la naturaleza. El equipo de gestión del santuario está compuesto por 12 personas que se reúnen semanalmente para mejorar la calidad de vida de los animales, apoyados por un centenar de voluntarios durante los meses de verano. Ejemplos de su filosofía incluyen la negativa de Josetxo a matar mosquitos, utilizando repelente en su lugar, y la creación de sillas de ruedas para gallinas que no pueden caminar.
Entre los habitantes notables del santuario se encuentran Inés, una burra ciega que pasó décadas acarreando cargas pesadas y que ahora, tras ocho años en Corazón Verde, es la más mimada. También está Tuca, una cerdita salvada de ser diseccionada en prácticas universitarias gracias a la intervención audaz de una veterinaria. Lluvia, una oveja, sobrevivió a las inundaciones del Ebro de hace cinco años, un evento durante el cual algunos ganaderos cerraron las compuertas para ahogar a sus animales y cobrar seguros, mientras Josetxo y otros rescatistas rompían los cerrojos para salvar vidas. Estas historias, junto con la de Christian, quien superó su trauma inicial y prosperó, ilustran la profunda dedicación del santuario a la recuperación de sus residentes.
La santería cubana, que en España mueve aproximadamente 3.000 millones de euros anuales, explota la desesperación humana, prometiendo transferir el mal de la persona al animal a través de sacrificios. Christian fue una víctima de esta práctica, \"ya le habían pasado el mal y estaban a punto de degollarlo\" cuando fue rescatado. Este contexto subraya la urgencia y la importancia de la labor de Corazón Verde. Voluntarias como Belén Lobera, maestra de Educación Infantil y Primaria, y Marta Mañero, microbióloga y miembro del equipo de gestión, son pilares fundamentales del santuario. Belén reflexiona sobre el equilibrio de los ecosistemas, mientras que Marta, vegana desde hace siete años, aboga por el respeto a todas las vidas y la conciencia de que los humanos también somos animales. Ambas observan cómo los animales, una vez en libertad, a menudo necesitan reaprender a vivir, como patos que no sabían andar tras ser liberados de jaulas atestadas.
Josetxo Segarra, a pesar de la falta de vacaciones y la vida sacrificada, encuentra su mayor recompensa en la felicidad de los animales. Admite a veces cuestionar lo que ha hecho con su vida, pero la vista de los animales \"jugando y felices\" le recuerda el propósito de su esfuerzo. Cada animal, desde la burra Inés hasta la cerdita Tuca y el cabritillo Christian, es tratado como familia. El trabajo en Corazón Verde es una labor continua, de lunes a viernes, desde el primer día de enero hasta el último de diciembre. Sin embargo, para Josetxo, sentarse en la hamaca bajo la sombra de un árbol y leer un libro, rodeado de los animales que ha salvado, constituye las mejores \"vacaciones\" posibles. Este compromiso inquebrantable con el bienestar animal subraya la profunda humanidad que impulsa este santuario único.