En el corazón de la cultura culinaria mexicana, diversos platillos tradicionales enfrentan el peligro de desaparecer debido a factores como la pérdida de ingredientes autóctonos y los efectos del cambio climático. Expertos en gastronomía han alertado sobre la disminución de alimentos ancestrales que formaban parte fundamental de la dieta prehispánica. Entre estos, destacan quelites, acociles, charales, chicatanas, flor de palma, venado y jabalí. Estos ingredientes no solo representan un valor nutricional, sino también una conexión histórica con las prácticas alimenticias ancestrales.
En tiempos donde la modernidad ha transformado los métodos agrícolas y de recolección, se observa cómo ciertos elementos fundamentales de la cocina tradicional mexicana están siendo sustituidos o simplemente dejados de lado. En regiones como el sur de México, la flor de palma, conocida también como izote, ha sido relegada debido a la escasez de palmas disponibles para su cultivo. Asimismo, el ahuautle, considerado el "caviar mexicano", junto con los acociles, sufren por la contaminación y reducción de lagos esenciales para su existencia. Los charales, acompañados de mixiote, se ven amenazados por la sobreexplotación pesquera y la disminución de magueyes necesarios para preparar este último.
Además, especies como el venado y el jabalí, aunque aún presentes en algunas zonas rurales, han perdido protagonismo en la mesa debido a restricciones legales y la caza excesiva. El pescado blanco de Pátzcuaro, endémico del lago homónimo, enfrenta un destino similar por la contaminación y sobrepesca. Otros ingredientes, como el chipilín y las chicatanas, pierden popularidad ante cambios ambientales y deforestación, respectivamente.
Desde 2003, algunos especialistas han llamado la atención sobre estos riesgos, subrayando la importancia de preservar no solo los ingredientes, sino también las recetas y saberes asociados a ellos.
Los quelites, hierbas comestibles que incluyen huauzontle y quintoniles, son otro ejemplo emblemático. Aunque antaño eran indispensables para tratar enfermedades como la gastritis, hoy compiten contra cultivos comerciales como la espinaca, perdiendo terreno en mercados locales e internacionales.
Como lectores y consumidores conscientes, debemos reflexionar sobre el impacto que nuestras decisiones tienen en la preservación del patrimonio cultural. No se trata únicamente de disfrutar platillos exquisitos; más bien, cada bocado representa una historia, una conexión con el pasado y un compromiso hacia el futuro. Es urgente adoptar prácticas sostenibles que protejan tanto los recursos naturales como las técnicas culinarias heredadas. Solo así podremos asegurar que estas joyas de la gastronomía mexicana sigan siendo accesibles para generaciones venideras.