La película The Brutalist, dirigida por Brady Corbet, se presenta como una obra audaz que desafía las convenciones del cine contemporáneo. Esta cinta de más de tres horas de duración, rodada en formato VistaVision de 70 mm, narra la historia de un arquitecto que huye de Europa para reinventarse en América. A través de su vida y obra, el filme reflexiona sobre los estragos de las ideologías totalitarias y celebra la humanidad frente a lo impersonal. La trama se divide en dos partes, explorando la construcción de un monumento brutalista y la llegada de la esposa del protagonista, quien simboliza las cicatrices de un continente entero. El resultado es una experiencia cinematográfica que fusiona lo monumental con lo íntimo, invitando al espectador a una profunda reflexión sobre el papel del arte en tiempos de crisis.
Corbet ha concebido esta película como un acto de equilibrio entre lo espectacular y lo introspectivo. Sus anteriores obras ya mostraban esta tendencia hacia lo extremo, buscando siempre superar los límites del cine convencional. En este caso, la elección del formato VistaVision no es solo un ejercicio técnico, sino una declaración de intenciones. Este sistema, utilizado históricamente por directores como Hitchcock, permite capturar imágenes de gran detalle y profundidad, creando una experiencia visual inmersiva que refuerza el mensaje de la película. La elección de este formato no es casual; busca evocar tanto el pasado como el presente, estableciendo un diálogo entre diferentes épocas.
La narrativa se centra en László Toth, un arquitecto que abandona Europa tras la Segunda Guerra Mundial para buscar una nueva vida en América. Su llegada a este nuevo mundo está marcada por la promesa de oportunidades ilimitadas, pero también por el peso de un pasado traumático. El magnate que le encarga la obra de su vida representa el capitalismo emergente, mientras que el edificio brutalista que surge bajo su diseño simboliza tanto la grandeza como la crueldad de las ideologías modernas. Este templo de hormigón, con sus líneas rectas y su escala descomunal, encapsula la tensión entre lo individual y lo colectivo, entre lo humano y lo impersonal. La arquitectura brutalista, con su estética ruda y funcional, se convierte en un lienzo donde se proyectan las aspiraciones y conflictos de una época.
Tras el intermedio, la segunda parte de la película introduce a la esposa del protagonista, cuya presencia añade una dimensión emocional a la trama. Su figura, física y metafórica, personifica las heridas de un continente devastado por la guerra. La relación entre ambos se desarrolla en un clima de melancolía y resistencia, explorando temas universales como el amor, la supervivencia y la reinvención personal. La cinta no solo narra una historia individual, sino que también funciona como un retrato de una sociedad en transición, enfrentándose a los fantasmas del pasado mientras intenta construir un futuro incierto. El brutalismo arquitectónico se convierte así en un símbolo de las tensiones entre lo antiguo y lo nuevo, lo idealizado y lo real.
Al final, The Brutalist emerge como una obra que va más allá de lo meramente visual o técnico. La película invita al espectador a reflexionar sobre el papel del arte en la sociedad, sobre cómo las representaciones culturales influyen en nuestra percepción de la realidad. A través de su uso innovador del formato VistaVision y su narrativa compleja, Corbet logra crear una experiencia que desafía las expectativas y provoca un profundo impacto emocional. La cinta no solo es un tributo a la memoria histórica, sino también un llamado a la acción en un mundo que sigue luchando contra las mismas fuerzas que marcaban el siglo XX. En un tiempo de producciones comerciales estandarizadas, esta obra se destaca por su ambición y valentía, ofreciendo una visión cruda y sincera de nuestro tiempo.