La reciente modificación constitucional en El Salvador, impulsada por el actual gobierno, ha encendido las alarmas sobre el futuro de la democracia en la nación centroamericana. Este cambio permite la reelección ilimitada del presidente y prolonga el mandato legislativo, un eco preocupante de las trayectorias autoritarias observadas en otras latitudes del continente. La inquietud expresada por figuras políticas como la diputada Marcela Villatoro subraya el sentir de que las bases democráticas se ven amenazadas por esta concentración de poder.
La estrategia adoptada por el líder salvadoreño Nayib Bukele guarda asombrosas similitudes con el camino trazado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro en Venezuela. A pesar de las críticas públicas de Bukele hacia el chavismo, la esencia de sus acciones refleja la misma búsqueda de control absoluto. Esto incluye la anulación de los mecanismos de equilibrio de poder, la represión de la disidencia y la imposición de estados de excepción. La narrativa de justificación, que invoca el precedente de naciones desarrolladas con reelección indefinida, es un argumento recurrente en el discurso populista, desestimando las particularidades y vulnerabilidades democráticas de países en desarrollo.
El anhelo de perpetuarse en el cargo es una constante en el liderazgo populista latinoamericano. Ejemplos como Daniel Ortega en Nicaragua y Evo Morales en Bolivia ilustran esta tendencia, donde la voluntad popular es manipulada o ignorada para justificar la continuidad en el poder. La discusión sobre si una Constitución debe prevalecer sobre una supuesta "voluntad popular" de larga duración es un dilema central que enfrenta la región, revelando la tensión entre la institucionalidad y el carisma político.
Hugo Chávez y Nayib Bukele representan arquetipos de liderazgo carismático que, tras acceder al poder por vías democráticas, desmantelan progresivamente las instituciones y la cultura política. Ambos han demostrado una habilidad notable para centralizar el poder, utilizando las redes sociales como herramienta fundamental de comunicación y movilización. La consolidación de su autoridad ha implicado el control sobre los demás poderes del Estado, la manipulación de los sistemas electorales y la extensión de sus mandatos, en un proceso que transforma la gobernanza en un ejercicio personalista.
La experiencia venezolana bajo el chavismo, convertida en una dictadura, sirve como una sombría advertencia de las posibles ramificaciones de este camino. La concentración de poder trae consigo la persecución política, la supresión de la prensa independiente, la interferencia gubernamental en la economía y la subordinación de las fuerzas armadas y de seguridad al control presidencial. Estos son los pasos que, según los analistas, podrían seguirse en El Salvador y en cualquier nación donde la tentación autoritaria se impone sobre los principios democráticos.
El enfoque de Bukele, basado en la mano dura y la lucha contra la corrupción, ha encontrado resonancia en otros países latinoamericanos, a menudo hartos de la inestabilidad y la delincuencia. Este "modelo Bukele" está siendo emulado por figuras políticas en Argentina, Ecuador, Costa Rica, Chile y Perú, quienes prometen soluciones similares a los problemas de sus naciones. Sin embargo, este atractivo popular contrasta con las denuncias de organismos internacionales y defensores de derechos humanos sobre las implicaciones negativas para la democracia y las libertades fundamentales. La región se encuentra en una encrucijada, donde la demanda de seguridad y estabilidad podría, paradójicamente, socavar las bases democráticas.