El panorama político en Israel ha experimentado una transformación radical en los últimos veinte años. Lo que antes era un movimiento extremista que se oponía vehementemente al establecimiento del Estado israelí, liderado por figuras como Itamar Ben Gvir, se ha consolidado hasta ocupar posiciones clave en la formulación de políticas gubernamentales. Estos grupos, que alguna vez manifestaron su rechazo al desmantelamiento de las colonias en Gaza, ahora ejercen una influencia determinante en la ofensiva para controlar completamente la Franja, marcando un giro preocupante hacia la anexión y el expansionismo territorial. Este cambio refleja una profundización del fundamentalismo en la sociedad israelí, llevando a un conflicto más intenso y a una escalada de la crisis humanitaria.
La retirada de las colonias de Gaza en 2005, lejos de ser un paso hacia la paz, fue una estrategia calculada para impedir la formación de un Estado palestino. Esta revelación, hecha por asesores de Ariel Sharon en su momento, subraya la continuidad de una política que busca consolidar el control israelí sobre los territorios palestinos. Con la llegada de Benjamin Netanyahu al poder y su alianza con facciones ultranacionalistas, la visión de aquellos extremistas se ha materializado en acciones concretas, como el plan para ocupar una cuarta parte de Gaza y desplazar a cientos de miles de palestinos. Esta situación ha generado fuertes condenas internacionales y advertencias de organismos como la ONU sobre posibles crímenes de guerra y un genocidio en curso, lo que ha puesto en tela de juicio la moralidad y los principios fundamentales del Estado de Israel.
Hace dos décadas, figuras como Itamar Ben Gvir, junto a otros ultranacionalistas, se encontraban al margen de la política israelí, abogando incluso por la disolución del Estado de Israel, al que consideraban una creación laica. Sin embargo, su ideología ha ganado tracción, transformando un movimiento periférico en una fuerza política central. Este cambio ha sido fundamental para la actual administración, que ha integrado a estos elementos radicales en sus filas, dándoles voz y poder en la toma de decisiones cruciales. La evolución de estos grupos de la oposición acérrima a la influencia directa en el gobierno es un testimonio de cómo las corrientes ideológicas extremas pueden ascender y moldear el destino de una nación, alterando el curso de su historia y sus relaciones internacionales.
La trayectoria de estos movimientos extremistas, que inicialmente se manifestaban contra la retirada de colonias israelíes de Gaza en 2005, ha culminado en su integración al núcleo del poder. Su visión de una teocracia judía, que antes parecía una fantasía de minorías, ahora resuena en las políticas gubernamentales. La alianza entre el actual liderazgo y estas facciones ha redefinido el conflicto israelo-palestino, priorizando la expansión territorial sobre cualquier solución de dos Estados. Esta dinámica ha llevado a la implementación de planes audaces para el control total de Gaza, incluyendo la expulsión masiva de poblaciones palestinas, lo que intensifica el sufrimiento humano y eleva las tensiones en una región ya volátil. Las protestas de hace dos décadas, que parecían aisladas, han sembrado las semillas de una transformación política profunda y duradera.
La actual ofensiva israelí en Gaza, impulsada por la coalición gobernante que incluye a los elementos más radicales, representa el punto álgido de una estrategia de control territorial. El plan para ocupar el 25% de la Franja y la directriz de desplazar a casi 800.000 palestinos hacia el sur, lejos de ser una simple operación militar, es una medida con profundas implicaciones humanitarias. Esta política, que contradice las recomendaciones de algunos militares israelíes y las advertencias de organismos internacionales, ha desatado una crisis sin precedentes. La comunidad global observa con creciente preocupación la situación, mientras las acusaciones de crímenes de guerra y genocidio se multiplican, cuestionando la brújula moral del Estado.
La decisión de la administración actual de consolidar su dominio sobre Gaza se ha traducido en un aumento dramático de la violencia y el desplazamiento forzado. La directiva de evacuar una parte significativa de la población gazatí en un plazo limitado pone a prueba la resiliencia de quienes ya han soportado innumerables sufrimientos. A pesar de las objeciones internas de las fuerzas armadas y las condenas de organizaciones de derechos humanos y expertos en el Holocausto, el gobierno persiste en su agenda, lo que sugiere un desprecio por las consecuencias humanas. Esta campaña no solo amenaza con la destrucción física de Gaza, sino que también socava los cimientos éticos de Israel, provocando un debate interno y externo sobre la identidad y el futuro de la nación, que algunos consideran una autoaniquilación moral.