En las últimas décadas, se ha observado un cambio radical en las normas de vestimenta que afectan tanto a espacios religiosos como al ámbito cotidiano. En una mañana dominical dentro de una iglesia, un detalle llamó poderosamente la atención: un feligrés, ataviado con ropa informal, pasó inadvertido sin generar ninguna reacción por parte del clero o los asistentes. Este momento refleja cómo la percepción sobre la formalidad en contextos sagrados ha cambiado significativamente.
Las experiencias incómodas no quedan solo en entornos espirituales. Durante un viaje en avión, otra situación ilustra este fenómeno: un compañero de vuelo lucía un estilo casual que desafiaba cualquier estándar de comodidad compartida. La falta de consideración hacia el espacio público evidencia cómo ciertas tendencias de moda han invadido incluso lugares que antes exigían un mínimo de decoro. Este patrón no es exclusivo de una región específica; es global, extendiéndose desde calles bulliciosas hasta museos prestigiosos.
Es fundamental recuperar el equilibrio entre la practicidad y el respeto hacia los demás. Aunque la moda moderna valora la libertad personal, también debe fomentar la empatía social. Recordemos que el buen gusto no está reñido con la comodidad ni implica un elevado costo económico. Al elegir prendas adecuadas para cada ocasión, contribuimos positivamente a la armonía colectiva. Proteger nuestra salud y la del prójimo debería ser una prioridad constante. Es hora de redescubrir las virtudes de un vestuario que respeta tanto a quien lo lleva como a quienes le rodean.