En un tribunal penal de Nueva York, se inició un nuevo juicio contra el exproductor cinematográfico Harvey Weinstein. Acusado de dos cargos de abuso sexual y uno de violación, las autoridades lo describen como un depredador que utilizaba su influencia en Hollywood para aprovecharse de mujeres jóvenes. Este caso no solo busca determinar la culpabilidad de Weinstein, sino también reflejar cómo el poder fue utilizado para silenciar a sus víctimas durante décadas. Este juicio reemplaza al anterior, anulado por un error procesal.
La defensa presenta una narrativa opuesta, retratando a las demandantes como participantes consentidas en relaciones personales con Weinstein. Sin embargo, los fiscales argumentan que estas interacciones fueron resultado de coerción y abuso de poder. Además, testigos clave del primer juicio volverán a declarar, junto con una nueva denunciante. La salud de Weinstein, quien enfrenta problemas médicos graves, añade otro nivel de complejidad al proceso legal.
Según los fiscales, Weinstein era un hombre obsesionado con el control físico sobre sus víctimas. Durante los alegatos iniciales, Shannon Lucey destacó cómo el exproductor incrementaba su violencia ante cualquier resistencia. Utilizando su posición en la industria, Weinstein creó una red de intimidación que duró más de tres décadas.
El relato presentado por la fiscal adjunta describe un escenario donde Weinstein manipulaba a jóvenes aspirantes a actrices, prometiendo oportunidades profesionales a cambio de favores sexuales. Citas atribuidas a Weinstein durante esos encuentros revelan un patrón de comportamiento compulsivo e insensible hacia los deseos de sus víctimas. Además, su influencia extendida desde Londres hasta Los Ángeles le permitió ejercer un control casi absoluto sobre quienes intentaban ingresar al mundo del cine. Este poder desmedido, según Lucey, facilitó su capacidad para cometer abusos sin temor a represalias.
Por su parte, la defensa retrata a Weinstein como alguien involucrado en relaciones consensuadas con las mujeres que ahora lo acusan. Arthur Aidala, su abogado principal, argumenta que estas interacciones fueron voluntarias y que no constituyen crímenes. En lugar de verlas como víctimas, Aidala sugiere que las denunciantes eran conscientes de los beneficios que podrían obtener mediante estas conexiones.
Aidala enfatiza que las relaciones entre Weinstein y las denunciantes no deben interpretarse como actos criminales, sino como decisiones personales tomadas por ambas partes. Su discurso cuestiona la credibilidad de las acusaciones, señalando que las mujeres buscaban explotar su relación con Weinstein para avanzar en sus carreras. Aunque reconoce ciertos aspectos éticamente discutibles de su conducta, especialmente respecto a su matrimonio, Aidala insiste en que esto no justifica criminalizar actos que, según él, fueron mutuamente aceptados. Este argumento busca desmontar la narrativa de abuso planteada por la fiscalía, destacando inconsistencias en las pruebas presentadas.