El derrocamiento de Roe v. Wade en junio de 2022 marcó un antes y un después en la historia del derecho al aborto en Estados Unidos. Desde entonces, el acceso ha quedado en manos de cada estado, creando un mosaico de regulaciones que varían desde prohibiciones absolutas hasta políticas pro-acceso. En la actualidad, doce estados mantienen restricciones totales durante todas las etapas del embarazo, mientras que otros cuatro limitan los procedimientos desde las seis semanas, muchas veces antes de que una mujer sea consciente de su embarazo. Esta fragmentación legal ha generado una respuesta social significativa, con movimientos feministas, clínicas independientes y organizaciones de defensa trabajando para garantizar opciones viables para quienes lo requieren.
A pesar de las barreras legales, el número total de abortos en el país ha mostrado una tendencia ascendente en los últimos años. Según datos recopilados por el proyecto WeCount, liderado por Planned Parenthood, en 2024 se contabilizaron aproximadamente 1,1 millones de procedimientos a nivel nacional, lo que equivale a unos 95.000 mensuales. Este aumento es notable si se compara con los promedios previos, aunque sigue estando por debajo del pico histórico registrado a finales de los años 90, cuando anualmente se alcanzaban cifras cercanas a los 1,6 millones. La metodología utilizada por WeCount incluye encuestas a proveedores autorizados y estimaciones basadas en patrones regionales, lo que ofrece una visión amplia pero no exhaustiva del fenómeno.
Una de las transformaciones más significativas en el panorama del aborto en Estados Unidos ha sido la expansión del uso de píldoras abortivas adquiridas mediante consultas virtuales. Estas terapias farmacológicas, generalmente combinadas entre mifepristona y misoprostol, han revolucionado la forma en que muchas mujeres acceden al procedimiento. En los meses previos al fallo Dobbs, apenas uno de cada veinte abortos se realizaba a través de telemedicina; sin embargo, hacia finales de 2024, esa proporción aumentó a uno de cada cuatro. Este cambio responde tanto a la necesidad de evadir restricciones locales como al fortalecimiento de redes médicas dispuestas a operar bajo marcos legales protegidos.
Algunos estados controlados por legisladores demócratas han implementado leyes diseñadas específicamente para proteger a los profesionales de salud que ofrecen servicios de aborto por telemedicina a pacientes residentes en zonas donde estos procedimientos están vetados. Según WeCount, cerca del 50% de los abortos realizados mediante esta modalidad en 2024 fueron posibles gracias a dichas leyes de protección. Incluso en estados sin prohibiciones estrictas, el uso de plataformas digitales ha crecido exponencialmente, facilitando mayor privacidad, reduciendo costos y eliminando barreras geográficas tradicionales.
WeCount representa una de las pocas fuentes públicas y confiables sobre el uso de píldoras abortivas en todo el país, especialmente en aquellas regiones donde el acceso físico es imposible o peligroso. Sin embargo, uno de los principales desafíos metodológicos radica en determinar cuántas de estas recetas realmente resultan en un aborto completado. Algunas pacientes pueden decidir continuar con el embarazo, buscar alternativas presenciales o incluso almacenar las medicaciones para usos futuros. Esta incertidumbre subraya la complejidad de medir con precisión el impacto real de los servicios de telemedicina en el panorama reproductivo.
Además, los datos proporcionados por WeCount también ayudan a interpretar tendencias observadas en investigaciones complementarias, como las del Instituto Guttmacher, que reportaron una disminución en el número de personas que cruzan fronteras estatales para acceder a servicios de interrupción del embarazo. Esto sugiere que, aunque persisten las barreras legales, nuevas herramientas han permitido un mayor grado de autonomía local, reduciendo la necesidad de desplazamientos largos, costosos y potencialmente riesgosos.
La creciente popularidad de los abortos farmacológicos ha generado una respuesta intensificada por parte de grupos antiaborto, que buscan frenar su expansión mediante acciones judiciales y cambios normativos. Actualmente, tres estados han presentado demandas contra el uso de la telemedicina para recetar mifepristona, uno de los dos medicamentos clave en los protocolos de aborto médico. Estas iniciativas intentan establecer precedentes legales que limiten la capacidad de médicos fuera de sus jurisdicciones para atender pacientes dentro de ellas. Sin embargo, incluso en este frente, se han registrado avances institucionales: el gobierno federal, durante la administración Trump, reconoció ante tribunales que esos estados carecen de legitimidad legal para cuestionar tales prácticas.
Por otro lado, algunos gobiernos estatales han optado por estrategias más agresivas, utilizando marcos penales o civiles para perseguir a médicos que brindan servicios a distancia. Un caso emblemático es el de Luisiana, donde las autoridades han activado leyes criminales para sancionar a profesionales de la salud, y Texas, donde se ha intentado aplicar sanciones civiles contra un médico de Nueva York acusado de enviar medicamentos abortivos a pacientes en dichos estados. Estas acciones reflejan un esfuerzo coordinado por parte de sectores conservadores por restringir aún más el acceso, incluso más allá de sus fronteras geográficas.
Conforme avanza el debate público y político sobre el derecho al aborto, se perfilan nuevos escenarios que podrían definir la próxima década de salud reproductiva en Estados Unidos. Por un lado, la consolidación de la telemedicina como una herramienta segura, accesible y eficaz plantea oportunidades para expandir su alcance, siempre que se mantengan marcos regulatorios que garanticen su uso responsable. Por otro, la polarización legal y cultural continúa generando tensiones entre derechos individuales y poder estatal, con implicaciones que trascienden lo sanitario para tocar temas fundamentales como la libertad personal y la igualdad de género.
Además, la educación sexual, el acceso a anticonceptivos y la sensibilización sobre los derechos reproductivos juegan un papel crucial en la prevención de embarazos no planificados, y por ende, en la reducción de la necesidad de interrupciones voluntarias. Organizaciones médicas, instituciones educativas y grupos comunitarios tienen un rol fundamental en este proceso, promoviendo información veraz y accesible que empodere a las personas en la toma de decisiones informadas. Mientras tanto, la comunidad internacional observa con atención cómo Estados Unidos navega esta transición, consciente de que las decisiones tomadas allí pueden influir en políticas globales de salud y derechos humanos.