En el corazón de Embajadores, entre los edificios 12 y 13 de la Calle del Oso, cada mes de agosto cobra vida un espectáculo vecinal que desafía el paso del tiempo. Este rincón de Madrid, con sus adoquines inalterables, se transforma bajo un dosel de mantones de Manila, guirnaldas de papel y farolillos, adornos que emergen del ingenio y el esfuerzo de una quincena de residentes. Más allá de las fiestas patronales, esta es su propia celebración, una verbena nacida en 1980 para combatir el silencio de un Madrid agosteño.
La gesta inició con Isabel González, de 78 años, quien ha sido parte de esta calle por más de cincuenta años y es la matriarca de esta costumbre. Fue testigo de la primera chispa, cuando una vecina propuso animar a los niños con limonada. Isabel, con su hijo pequeño, se unió sin dudar, marcando el inicio de una ininterrumpida dedicación que ha perdurado por décadas.
José Luis Tejedor, el hijo de Isabel, creció observando a su madre y otras vecinas desplegar mesas, colgar adornos y preparar grandes cantidades de limonada casera. Esta bebida, una mezcla de vino tinto, azúcar, naranja, limón y melocotón, guarda sus “ingredientes secretos”, como bromea Isabel, que no son otros que “lo que haya en casa”. Lo que comenzó como un brindis espontáneo, hoy es una institución vecinal y popular. La Junta de Distrito ha reconocido este año a los vecinos de la Calle del Oso como pregoneros de las fiestas de San Lorenzo, San Cayetano y la Paloma, celebrando 45 años de reinventar las verbenas madrileñas.
José Luis recuerda con orgullo que la Calle del Oso fue la única que logró adornarse durante la pandemia. “Fue un año muy triste, pero al menos pudimos decorarla a nuestra manera, y eso nos dio algo de alegría”, comenta. Desde entonces, ni una sola edición ha carecido de su característico decorado, baile y, por supuesto, la limonada. Esta bebida se sirve en vasos de cartón desde mesas de plástico junto al portal 12, sin costo, invitando a la generosidad de vecinos, curiosos y transeúntes que depositan sus aportaciones en latas de galletas. Tras esta improvisada barra, los residentes actúan como camareros, mientras José Luis, desde el portal, se transforma en un DJ castizo, animando a los chulapos y chulapas de todas las edades a bailar al son del chotis frente al altar del santo.
La Calle del Oso ha sido, desde el siglo XVI, un lugar ligado a lo extraordinario. Según la tradición, su nombre proviene de un milagro que salvó a dos niños de un oso de feria. Hoy, el “milagro” es logístico, gracias a la treintena de vecinos que manejan los cubos de limonada y a un fondo común que se nutre de sus bolsillos, las donaciones y una rifa. En el pregón de este año, se recalcó: “Estas fiestas son herencia, son barrio y son historia tejida con manos vecinas”.
El fenómeno de la Calle del Oso es un claro ejemplo de retradicionalización: una antigua costumbre reinventada. Combina jarras, chotis e imágenes religiosas con un espíritu inclusivo. Durante años, Emy, una mujer trans y vecina de la calle, fue el alma de la fiesta, recordada con cariño por Sandra Tejedor, nieta de Isabel e hija de José Luis. Sandra cuenta cómo Emy, pionera del movimiento LGTBIQ+ en España, involucraba a los niños, montaba coreografías y cerraba las noches de celebración entre aplausos. “Aquí todos nos consideramos familia”, resume Sandra.
Sandra, de 23 años, no concibe un agosto sin verbena y limonada. Para ella, es un ritual natural: “Me he criado viviéndolo. Parece antigua, pero es nuestra. Y no excluye a nadie; atrae a la gente de siempre, nuevos vecinos, familias, e incluso turistas. Queremos que todos se sientan parte”, afirma. La Calle del Oso también ha dejado su huella en la historia musical española; la cantante Ana Belén, quien vivió allí de niña, le dedicó una canción, inmortalizando su nombre. A pesar de la reputación de la zona por su “hampa” en tiempos pasados, José Luis señala que “durante las fiestas, todo vuelve a ser como antes, y nunca ha habido problemas”.
Esta hazaña es obra de nombres como José Luis, María Isabel, Sandra, Nacho, Isabel, Natividad, Felisa, Susana, María del Carmen, José Manuel, Sergio, Marisol, María, Nuria y Tomás. Año tras año, ensalzan esta tradición con música, hospitalidad, memoria y, sobre todo, limonada ofrecida con generosidad.