Este artículo explora el cambio en las preferencias alimenticias y cómo nuestra relación con la comida ha evolucionado desde la adolescencia hasta la edad adulta. En la juventud, los alimentos procesados y poco saludables eran una fuente de placer sin preocupaciones, mientras que ahora, al cruzar la barrera de los cuarenta, nuestro cuerpo nos habla en un lenguaje nuevo, lleno de señales que nos indican la necesidad de cuidarnos más. A pesar de esto, algunos gustos perduran, pero con nuevas formas de disfrutarlos.
En los años dorados de la juventud, los antojos se satisfacían sin contemplaciones. Los bocadillos industriales y los refrigerios rápidos eran parte inseparable del día a día. Las meriendas consistían en dulces cargados de azúcares y grasas, que consumíamos sin pensar en las consecuencias. La vitalidad adolescente hacía que cualquier cosa entrara en nuestro organismo como si fuera combustible puro, sin causar estragos visibles. En aquel entonces, la preocupación por la nutrición era algo lejano, relegado a revistas o programas matutinos, mientras nosotros vivíamos al máximo cada momento.
Nuestro metabolismo era un motor imparable, capaz de digerir todo lo que se le ofreciera. Podíamos pasar noches enteras viendo películas de terror o jugando videojuegos, alimentándonos de pizza y otros bocadillos poco saludables, y levantarnos al día siguiente listos para enfrentar el mundo. Aquellos días estaban marcados por la despreocupación, la energía desbordante y la capacidad de disfrutar de los placeres culinarios sin pagar el precio. La adolescencia fue una época donde la inocencia y la fortaleza física nos permitían indulgencias que hoy parecen inimaginables.
Con el paso del tiempo, nuestro cuerpo comenzó a enviar señales claras de que ya no podemos seguir los mismos patrones alimenticios de antaño. Ahora, cada exceso se siente de manera más intensa, y lo que antes era una simple mirada a un dulce puede provocar malestar. El cuerpo, una vez vigoroso e indomable, ahora requiere atención y cuidado especial. La realidad de la edad adulta implica aprender a escuchar estas señales y adaptarse a ellas.
Hoy, el reto es encontrar el equilibrio entre los placeres culinarios que amamos y la necesidad de mantener un estilo de vida saludable. Aunque algunas tradiciones persisten, como la afición por ciertos bocadillos, hemos tenido que ajustar nuestras costumbres. Por ejemplo, el consumo de chicharrones, una delicia de la infancia, ahora debe ser más moderado, adoptando técnicas como la de la abuela Juanita, quien saboreaba lentamente estos manjares para prolongar la experiencia sin sobrecargar el organismo. Celebramos no solo los alimentos en sí, sino también la nostalgia y los recuerdos que evocan, recordando que aquello que realmente celebramos es la juventud y la libertad que alguna vez tuvimos.