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El Agua como Estrategia Geopolítica: La Ambición Talibán en Asia Central
2025-08-14

En un giro estratégico que redefine el panorama geopolítico de Asia Central, los talibanes han adoptado el control del recurso hídrico como un pilar fundamental para la consolidación y expansión de su poder. Lejos de las tácticas bélicas tradicionales, el grupo fundamentalista, que recuperó el control de Afganistán hace cuatro años, está implementando una estrategia inspirada en potencias como China, India y Etiopía, transformando el agua en un instrumento de dominación. Esta audaz maniobra no solo busca fortalecer su influencia regional, sino también alterar la composición étnica interna de Afganistán, favoreciendo a las tribus aliadas en detrimento de las opositoras. El centro de esta polémica iniciativa es la construcción del canal de Qoshe Tepa, un proyecto que, si bien promete irrigar vastas extensiones desérticas, augura un desastre ecológico irreversible para toda la región y una profunda inestabilidad política entre las naciones ribereñas del Amu Darya.

El Gran Proyecto Hídrico y sus Implicaciones Regionales

En las áridas tierras del noroeste afgano, un ambicioso proyecto de ingeniería civil está remodelando el destino hídrico de Asia Central. Se trata del monumental canal de Qoshe Tepa, una infraestructura cuya construcción fue impulsada por los talibanes a principios de 2022, apenas medio año después de su ascenso al poder en Kabul. Este canal, con una extensión prevista de unos 300 kilómetros, ya cuenta con más de un tercio de su longitud excavada y operativa. Su objetivo es desviar el vital caudal del río Amu Darya, la principal arteria fluvial de Asia Central que traza las fronteras de Afganistán con Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, antes de desembocar en lo que queda del Mar de Aral. Históricamente, el Mar de Aral, que hasta la década de 1960 fue el tercer lago más grande del mundo, ha sufrido una dramática reducción de su superficie debido a proyectos de irrigación en la era soviética, transformándose en el desierto de Aralkum. Ahora, el canal de Qoshe Tepa amenaza con agudizar aún más esta catástrofe ambiental, desviando, según estimaciones del climatólogo uzbeko Erkin Abdulahatov, hasta el 25% del agua del Amu Darya. La construcción de esta megaestructura, realizada sin planificación adecuada y con serias deficiencias técnicas, como la falta de aislamiento del terreno, provoca filtraciones masivas y el riesgo latente de derrumbes. Aunque la financiación de este faraónico proyecto en uno de los países más empobrecidos del mundo sigue siendo un enigma, se especula con una posible contribución de China, interesada en la vasta riqueza mineral de Afganistán. Políticamente, el canal representa una clara estrategia demográfica. Ali Nazari, portavoz del Frente Nacional de Resistencia, la principal fuerza opositora antitalibán, ha señalado que el proyecto busca alterar la composición poblacional del noreste de Afganistán. La intención es trasladar a pastunes, la etnia dominante entre los talibanes y tradicionalmente hostil a las comunidades locales como uzbekos, turcomanos, tayikos y árabes persianizados, a las tierras recién irrigadas de la provincia de Faryab. Esta estrategia histórica, que evoca precedentes como la reubicación de pastunes por el rey Abdul Rahman Jan en el siglo XIX, busca cimentar el control talibán en regiones estratégicas, particularmente cerca de Mazar-i-Sharif, una ciudad con una significativa minoría chií, y consolidar el poder del liderazgo de Kandahar sobre las tribus del Este. Con su finalización, el canal podría interceptar hasta un tercio del agua que el Amu Darya entrega a Uzbekistán y Turkmenistán, dos naciones con una población combinada de 60 millones de habitantes que dependen vitalmente de este río para su agricultura. La ausencia de un acuerdo de reparto de aguas exacerba esta amenaza existencial, generando preocupación y malestar entre los agricultores y autoridades de ambos países, quienes ven cómo sus embalses experimentan niveles históricamente bajos y sus patrones de cultivo se ven alterados. Los talibanes, al seguir el ejemplo de otras naciones que han empleado proyectos hídricos para ejercer presión regional, están sentando un precedente peligroso que podría desencadenar una crisis regional sin precedentes.

Desde una perspectiva periodística, la audaz estrategia de los talibanes de convertir el agua en un arma geopolítica es profundamente inquietante. Revela una comprensión cínica y efectiva del poder en una región ya vulnerable a la escasez de recursos. La construcción del canal de Qoshe Tepa no es solo un proyecto de infraestructura; es una declaración de intenciones, un movimiento calculado para reconfigurar el poder demográfico y económico en Afganistán y proyectar influencia sobre sus vecinos. Esta acción nos obliga a reflexionar sobre la compleja interconexión entre la política, los recursos naturales y la estabilidad regional. ¿Hasta qué punto están dispuestos los países vecinos a permitir que esta estrategia continúe sin una respuesta contundente? ¿Y cuál será el impacto a largo plazo de esta manipulación hídrica en el ya frágil equilibrio ambiental y social de Asia Central? Es un recordatorio sombrío de que, en un mundo donde el agua es cada vez más un bien escaso, su control puede convertirse en la moneda más poderosa, con consecuencias devastadoras si se utiliza sin escrúpulos ni consideración por la vida o el medio ambiente.

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