El Hotel Ritz de París, inaugurado en 1898 en la Plaza Vendôme, es mucho más que un alojamiento de lujo; es un emblema de la historia parisina. Durante la década de 1920, el Ritz floreció en una era de charlestón y champán, atrayendo a figuras como Scott Fitzgerald. Su legendario Bar Hemingway, un santuario en miniatura, es un testimonio de su legado, donde el tiempo parece detenerse y la atmósfera irradia una elegancia inmutable. Este pequeño espacio, con solo 35 asientos, se ha consolidado como un destino codiciado, atrayendo a una clientela internacional dispuesta a esperar por la oportunidad de sumergirse en su encanto único.
\nAunque lleva el nombre de Ernest Hemingway, una figura ligada a muchas tabernas célebres, la verdadera esencia del bar ha sido forjada por la destreza de sus bartenders. Colin Field, quien estuvo al frente de 1994 a 2024, elevó la coctelería a un arte, creando mezclas icónicas como el Clean Martini y el Serendipity. Actualmente, Anne-Sophie Prestail continúa esta tradición, asegurando que la calidad y el servicio excepcionales permanezcan inalterados. La historia del bar también incluye a Frank Meier, su misterioso barman austríaco durante la ocupación nazi, cuya vida inspiró la novela “El barman del Ritz”. Meier, un superviviente que gestionó el bar como un “búnker de glamour” durante tiempos turbulentos, fue testigo de la afluencia de personalidades diversas, desde Winston Churchill hasta Joséphine Baker, y de la creación de cócteles legendarios como el Sidecar, que en su versión más exclusiva, puede alcanzar un valor exorbitante.
\nEl Bar Hemingway del Ritz, más allá de ser un simple punto de encuentro, es un reflejo de la evolución social y cultural. Mantiene su esencia de hospitalidad y sofisticación, ofreciendo a cada visitante una experiencia que trasciende lo ordinario. Es un lugar donde el pasado y el presente se fusionan, permitiendo a sus clientes saborear un instante de eternidad en el corazón de París, un recordatorio de que la verdadera grandeza reside en la capacidad de adaptarse sin perder el alma.