Este artículo, basado en las reflexiones del filósofo Juan Evaristo Valls Boix, aborda la profunda significación de las playas como espacios de descanso y su creciente amenaza por la mercantilización. Se parte de la célebre frase 'Nobody Owns The Beach' de David Horvitz para enfatizar la naturaleza pública e inalienable de estos entornos. A lo largo del texto, se denuncia cómo la especulación inmobiliaria y turística está transformando las costas, históricamente lugares de disfrute colectivo, en propiedades exclusivas al servicio del capital. Se analiza el impacto de políticas pasadas y actuales en la degradación de estos ecosistemas y la precarización de quienes trabajan en la industria turística. Finalmente, se plantea una visión del descanso radical, un contrapunto al consumismo y la productividad, donde la playa se convierte en un espacio para la introspección, la conexión con la naturaleza y la reivindicación de una vida más libre y placentera, alejada de las lógicas del crecimiento ilimitado.
En un contexto global de expansión urbana y desarrollo turístico, la cuestión del acceso y la preservación de las playas se ha vuelto central. El filósofo Juan Evaristo Valls Boix, reconocido por su obra 'El derecho a las cosas bellas', ha puesto de relieve la importancia fundamental de las playas como lugares de esparcimiento y sanación. Su ensayo, publicado en la sección PAPEL, se inspira en el enigmático lema 'Nobody Owns The Beach', creado por el artista David Horvitz en 2015 para la exposición 'Requiem for the Bibliophile' en el Museo de Arte Contemporáneo de Santa Bárbara. Esta poderosa consigna no solo es un recordatorio de los esfuerzos activistas que en California, desde la 'California Coastal Act' de 1976, lucharon por garantizar el libre acceso a sus costas, sino que también resuena con legislaciones similares en Europa, como la Ley de Costas en España, la 'Lei da Água' en Portugal, el 'Code de l'environnement' en Francia o el 'Codice Civile Italiano' (art. 822) en Italia, todas ellas diseñadas para proteger la naturaleza pública de estos valiosos espacios.
Sin embargo, a pesar de estas protecciones legales, la realidad en muchas de nuestras costas es desoladora. Valls Boix, aludiendo a su experiencia en Alicante y sus playas de infancia como Los Arenales del Sol y Playa Lisa, o las calas de Denia, observa con preocupación cómo la práctica contradice la ley. La especulación inmobiliaria y turística descontrolada ha privatizado facto lo que legalmente es un bien común. Ejemplos como la sobreexplotación por hoteles y complejos turísticos, junto con la proliferación de sombrillas y hamacas de pago, restringen el acceso y disfrute de la mayoría. A esto se suma el impacto devastador de la contaminación y el tráfico marítimo de cruceros, que degradan el litoral en aras de una visión turística insostenible.
La situación de las playas se ha visto agravada por una historia de políticas turísticas, como las implementadas en España durante la dictadura franquista con campañas como 'España, pase usted sin llamar' o 'Spain is different'. Estas iniciativas, impulsadas por figuras como Manuel Fraga en el Ministerio de Información y Turismo, si bien buscaron abrir el país al mundo y atraer capital, lo hicieron a costa de un desarrollo desordenado y una gentrificación paisajística que devastó amplias zonas costeras. El legado de estas políticas se observa hoy en la precarización laboral, con testimonios de trabajadores turísticos que, por ejemplo, en Ibiza, se ven obligados a vivir en sus vehículos debido a los exorbitantes precios de la vivienda, evidenciando que el descanso se ha convertido en un privilegio de clase, sostenido por la explotación de otros.
Valls Boix argumenta con vehemencia que un descanso que requiere la labor precaria de terceros no es auténtico, sino una extensión del sistema capitalista. Del mismo modo, unas vacaciones que destruyen el medio ambiente y limitan la vida no son un arte de la holgura, sino otra manifestación del capital. Si el verano se reduce a una acumulación de experiencias para el consumo, desprovisto de abandono y de una conexión genuina, no es vida en su esencia, sino otra forma de rendimiento y narcisismo inducido por el capital. En contraste, el filósofo propone que el verdadero vivir implica descansar, habitar, y abandonarse, como ocurre en los momentos de tregua del verano. La playa, en su horizontalidad, se convierte en una metáfora de la interdependencia y la libertad, un espacio donde perderse para encontrarse, donde el cuidado y el placer se entrelazan, y donde la comprensión de que nadie posee la playa nos invita a una forma de vida más consciente y compartida.
Desde una perspectiva crítica y reflexiva, la situación actual de las playas nos interpela directamente sobre nuestro modelo de desarrollo y nuestras prioridades como sociedad. La privatización y mercantilización de estos espacios naturales, lejos de ser un asunto meramente económico, representa una profunda pérdida cultural y existencial. Si las playas, que ancestralmente han sido lugares de encuentro, regeneración y libertad, se convierten en meros productos de consumo o en lujos accesibles solo para unos pocos, ¿qué significa esto para el derecho universal al descanso y a la conexión con la naturaleza? La lucha por preservar las playas como bienes comunes es, en esencia, una batalla por la defensa de una forma de vida más humana, menos orientada al rendimiento y más al disfrute genuino. Nos invita a repensar nuestra relación con el entorno, a valorar el placer del simple estar, y a reconocer que el verdadero cuidado de uno mismo y del planeta reside en la capacidad de frenar, de escuchar y de coexistir en armonía, más allá de la lógica implacable del capital. La playa nos ofrece una lección inestimable: para conquistar un horizonte de bienestar colectivo, es imperativo abrazar la horizontalidad, la interdependencia y el derecho inalienable al descanso para todos.