Ignatius Farray, oriundo de Granadilla de Abona, Tenerife, se presenta como un pensador inusual de la comedia, un equilibrista en la cuerda floja de los límites del humor, y un chaman que no teme desnudarse, tanto literal como metafóricamente, en el escenario. Sin embargo, detrás de esta figura irreverente, se esconde un hombre de familia común, con la particularidad de ser miope. En las calles de Malasaña, su presencia es notoria; no se niega a una fotografía, pero advierte que el resultado puede ser tan impredecible como su propia personalidad: desde un gesto inesperado hasta una muestra de amabilidad innata, o una combinación de todo ello.
El comediante asegura que la comedia es el motor que impulsa sus pasos. Su apariencia, a menudo en pantalones cortos en pleno invierno, es una manifestación espontánea de su enfoque hacia el arte: desafiar el orden establecido. Farray busca senderos alternativos, esos \"lugares de los pasos perdidos\" donde, al atreverse a desorientarse, uno puede encontrarse a sí mismo. Esta búsqueda de la libertad, aunque vertiginosa y no apta para todos, es, según él, necesaria para la tribu, donde alguien debe atreverse a hacer las cosas de manera diferente.
Farray confiesa su profunda aversión a los malentendidos, una característica que, paradójicamente, lo impulsa a la amabilidad. No obstante, en el escenario, se permite exponer su \"sórdida obscenidad\", extrayendo del pánico y la histeria una fuerza creativa hasta entonces desconocida. Critica la tendencia a elevar a los comediantes al estatus de intelectuales, argumentando que su verdadera función es ser los \"renegados de la sociedad\".
El artista aborda la delicada cuestión de lo políticamente correcto, reconociendo su legitimidad como movimiento para frenar expresiones dañinas. Sin embargo, lamenta que este se haya transformado en un miedo generalizado a ofender, lo que considera un empobrecimiento. Farray defiende la importancia de la \"risa obscena\", argumentando que renunciar a ella priva a ciertos colectivos de la oportunidad de trascender el victimismo y resignificar términos. Aunque reconoce haber \"metido la pata\" en el pasado, insiste en seguir intentándolo, incluso si eso implica el riesgo de ser \"apaleado\". Para él, la libertad de expresión no debe ser un concepto monopolizado por la ultraderecha, sino una bandera que la izquierda debe recuperar.
Farray anhela una \"revolución de la vergüenza y del fracaso\", distanciándose de la autoconfianza que a menudo se observa en los comediantes de grandes plataformas. Prefiere al comediante que siente pudor, que se siente perdido y que duda de la corrección de sus palabras. Para él, la vergüenza, a pesar de su mala reputación, es la clave para alcanzar la autenticidad. En una era dominada por la inteligencia artificial, capaz de generar chistes pero incapaz de sentir vergüenza, esta última se convierte en la \"última frontera para redefinir lo humano\". Mientras las máquinas persiguen la perfección, los seres humanos, según Farray, deben abrazar la capacidad de tomar las peores decisiones vitales.
El comediante, que se describe como \"prisionero de su propio talento para mostrar el pene en público y que a la gente le guste\", ve el nudismo como un elemento intrínseco a su arte. Aunque parezca contradictorio, Farray, quien perdió su virginidad a los 29 años, vincula el sexo, el nudismo y la comedia con la transgresión de los límites. Su pasado como consumidor compulsivo de alcohol y pornografía le ha enseñado que la verdadera libertad sexual reside en desear aquello que el sistema no puede categorizar ni prever. Para él, la pornografía ideal es aquella que desafía las convenciones y evita la categorización, impulsando al individuo a explorar deseos que el sistema no \"ve venir\".
Desde su infancia como monaguillo hasta su aspiración a ser sacerdote, la trayectoria de Farray es un viaje espiritual atípico. Actualmente, se considera un \"mencey en el exilio\", cuya religión es un \"ejército de jovencitos confusos convencidos\". No vende comedia, sino fe: la fe en atreverse a mirar al abismo, a sentir vértigo y a emitir un \"grito sordo colectivo\", una manifestación de ansiedad que él mismo experimenta desde niño. Este grito, que a menudo provoca risas en su público, se ha convertido en una forma de expresión más potente que sus propios chistes.
Para alguien que ha luchado contra el alcoholismo, vivir en un país donde las cañas son omnipresentes representa un desafío constante. Farray, un \"enamorado de la cultura del vino\", reconoce su relación compulsiva con el alcohol. Su psiquiatra le aconsejó \"vencer al alcohol en su terreno\", lo que para él significa gozar de su sobriedad. Paradójicamente, afirma que, estando sobrio, es capaz de cometer mayores locuras que cuando estaba ebrio, ya que su mente despejada le permite una libertad de acción sin precedentes. Su capacidad para la \"locura\" en la sobriedad es una prueba de su singular enfoque de la vida.
Farray concluye su reflexión con una afirmación contundente: su inclinación a la provocación, como \"sacarse el pene en público\", es su forma de compensar cualquier \"pedantería\" o pretensión intelectual. Para él, sin este acto de transgresión, la vida sería \"inaguantable\". Esta declaración encapsula su filosofía: la comedia, en su forma más cruda y honesta, es un espejo que refleja la complejidad y las contradicciones de la existencia humana, incluso si eso implica romper tabúes y desafiar las expectativas.