En el vibrante panorama de la hostelería española, el sonido característico de las máquinas tragaperras persiste como una constante, desafiando las predicciones de obsolescencia. Un análisis reciente del sector del juego, sustentado por datos de la Dirección General del Juego y el Centro de Investigaciones Sociológicas, revela la sorprendente vitalidad de estos dispositivos en los bares y establecimientos de ocio. A pesar de las transformaciones digitales y la popularidad creciente de las apuestas en línea, casi el 62% de los bares en España alberga al menos una de estas máquinas, conocidas oficialmente como 'máquinas B'. Este fenómeno, que se remonta a su legalización en 1981, tras un largo periodo de prohibición, subraya una arraigada costumbre social y económica que sigue atrayendo a millones de usuarios.
\nEl reciente informe de la Memoria de Actividad del Juego en España 2024, elaborado por la Dirección General del Juego, dependiente del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, arroja luz sobre la omnipresencia de las máquinas tragaperras en la vida cotidiana española. Actualmente, 101.299 bares del país están equipados con estos dispositivos, lo que representa un significativo 61,8% del total de establecimientos hosteleros. De hecho, el número de máquinas en estos locales alcanzó las 153.286, y si se incluyen las presentes en casinos, la cifra total asciende a 182.397, o una por cada 270 habitantes. Curiosamente, tras un descenso entre 2021 y 2022, el número de tragaperras ha experimentado un ligero repunte en los últimos dos años, con un aumento de 8.244 unidades en 2023 y 427 más en 2024, lo que sugiere una adaptación y resiliencia del sector.
\nGeográficamente, Andalucía lidera la distribución con 16.109 bares con tragaperras, superando a comunidades como Cataluña (15.502), la Comunidad Valenciana (10.448) y Castilla y León (9.834), y duplicando la cifra de Madrid (8.670). En cuanto al perfil de los jugadores, el estudio Juego y Sociedad de CeJuego y el CIS estima que 1,2 millones de personas hicieron uso de estas máquinas en 2023. Aunque un 3,5% de los encuestados admitió haber jugado, se sospecha que la cifra real podría ser mayor debido a la reticencia social. Los jugadores habituales, que constituyen un tercio del total, suelen ser hombres (casi el 80%) de nacionalidad española (91,4%). La mayoría se encuentra en el rango de edad de 35 a 49 años, con un porcentaje considerable de jóvenes entre 18 y 34 años que, sin embargo, juegan de manera más esporádica. Predominan los individuos de clase media, ya sea media-baja, media-media o media-alta.
\nEn términos de hábitos de juego, el informe destaca que el 40,5% de los usuarios se limita a jugar las vueltas de sus consumiciones, con un 35,2% gastando menos de dos euros por partida. El gasto promedio se sitúa en 11,2 euros, incluyendo el 'rejuego' de las ganancias. La duración de las partidas es relativamente corta, con casi la mitad (42,9%) dedicando menos de cinco minutos y un 75,9% no superando los 15 minutos, con un tiempo medio de juego de 12,2 minutos. El viernes es el día de mayor actividad en las máquinas, seguido del sábado y el lunes, mientras que el domingo registra la menor afluencia. Las horas de mayor uso se concentran en las mañanas, con los trabajadores de la construcción, transporte y limpieza, y en las tardes, cuando se aprovecha para las vueltas de las consumiciones y las horas de ocio post-laboral.
\nEl estudio de la presencia de máquinas tragaperras en los bares españoles nos invita a reflexionar sobre la persistencia de ciertas prácticas de ocio en la sociedad contemporánea. A pesar del incesante avance tecnológico y la expansión del entretenimiento digital, la tradición de jugar en el bar del barrio se mantiene firme. Este fenómeno subraya la importancia del bar como un centro social, donde el juego se entrelaza con el encuentro y la comunidad. Como sociedad, debemos continuar observando cómo estas dinámicas evolucionan, garantizando siempre que el juego siga siendo una forma de entretenimiento responsable y nunca una carga, promoviendo así un equilibrio saludable entre la tradición y la modernidad en nuestros espacios de convivencia.