La ciudad de Nagasaki, situada en el sur de Japón, ha recordado este sábado el octogésimo aniversario del devastador ataque atómico que sufrió a manos de Estados Unidos el 9 de agosto de 1945. Este trágico suceso, ocurrido apenas tres días después del bombardeo de Hiroshima, condujo a la rendición incondicional de Japón el 15 de agosto, marcando el fin de la Segunda Guerra Mundial. En una emotiva ceremonia, miles de personas, incluyendo dignatarios y representantes de casi un centenar de naciones, se reunieron para honrar a las víctimas y reafirmar el compromiso global con la erradicación de las armas nucleares y la promoción de una paz duradera, enfatizando la importancia de que las nuevas generaciones asuman el relevo en esta vital misión.
Aproximadamente 2.600 individuos, entre ellos delegados de más de 90 países, asistieron al evento conmemorativo celebrado en el Parque de la Paz de Nagasaki. Entre los oradores destacaron Shigeru Ishiba, el primer ministro de Japón, y Shiro Suzuki, el alcalde de la ciudad. Tras el discurso del alcalde Suzuki, cuyos padres sobrevivieron a la catástrofe, se liberaron numerosas palomas, un gesto simbólico de esperanza y tranquilidad. Suzuki subrayó que las dolorosas experiencias de la ciudad deben ser consideradas un \"patrimonio universal\", imperativo de ser compartido y transmitido a futuras generaciones, tanto dentro como fuera de las fronteras niponas.
Justo a las 11:02 de la mañana, la hora precisa en que la bomba de plutonio explotó sobre Nagasaki, los presentes guardaron un minuto de silencio, acompañado por el solemne sonido de una campana, un momento de profunda reflexión y recuerdo para las 80.000 vidas que se perdieron. El alcalde Suzuki enfatizó la inminente \"crisis existencial\" que enfrenta la humanidad y reiteró el firme propósito de convertir a Nagasaki en el último lugar en la historia en sufrir un bombardeo atómico, comprometiéndose a trabajar incansablemente, junto con la comunidad global, por la abolición total de las armas nucleares y el establecimiento de una paz duradera a nivel mundial.
Por su parte, el primer ministro Ishiba reafirmó la postura de Japón en favor de un mundo libre de armas nucleares. Prometió impulsar el diálogo y la colaboración entre estados, tanto nucleares como no nucleares, en la próxima conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, programada para abril y mayo de 2026 en Nueva York. Sin embargo, evitó abordar la posición de su país respecto al tratado de prohibición de armas nucleares. Cabe destacar que en la ceremonia de 2024, la ausencia del embajador estadounidense y otros enviados occidentales generó controversia, en respuesta a la decisión de Nagasaki de no invitar a Israel.
Los supervivientes del ataque, cuyo número se ha reducido a unos 99.130, con una edad promedio que supera los 86 años, expresan una profunda preocupación por la posibilidad de que sus recuerdos y advertencias se diluyan con el tiempo. Fumi Takeshita, de 83 años, manifestó que sus dos mayores anhelos son la erradicación de las armas nucleares y la prohibición de la guerra, dedicándose a visitar escuelas para compartir su testimonio y educar a los jóvenes sobre la importancia de evitar que tales tragedias se repitan. Teruko Yokoyama, también de 83 años y parte de una organización de apoyo a supervivientes, destacó los esfuerzos por digitalizar los relatos de los afectados, con la ayuda de las nuevas generaciones, para asegurar que estas historias perduren y resuenen en el futuro. Los supervivientes, además, manifiestan su desilusión ante la creciente amenaza nuclear y la postura de ciertos líderes internacionales que respaldan el desarrollo o la posesión de armas nucleares como medida disuasoria. Critican la reticencia del gobierno japonés a firmar o incluso a participar en el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, justificada por Tokio en la necesidad de la protección nuclear de Estados Unidos como disuasión.
El evento de conmemoración en Nagasaki no solo sirvió como un recordatorio sombrío del pasado, sino también como una plataforma para reafirmar el compromiso inquebrantable con la paz. La ciudad, un símbolo del sufrimiento humano causado por la guerra, continúa su labor incansable para asegurar que los horrores vividos nunca se olviden, y para inspirar a las futuras generaciones a construir un planeta donde la amenaza nuclear sea una página cerrada en la historia de la humanidad.