El festival de cine de Berlín, en su edición número 75, concluyó con una mezcla de decepción y reflexión. Bajo la dirección del jurado presidido por Todd Haynes, el evento que comenzó con expectativas altas terminó con un palmarés que no logró salvar la edición. La entrega del Oso de Oro a Dreams (Sex Love), dirigida por Dag Johan Haugerud, se convirtió en el epicentro de las críticas. Esta película, parte de una trilogía, fue vista como una elección coherente pero problemática, reflejando la inanidad y falta de energía en la programación general del festival. A pesar de los esfuerzos por renovarse y distanciarse de su etiqueta de certamen exclusivamente político, la Berlinale de este año dejó mucho que desear.
La decisión de otorgar el Oso de Oro a Dreams (Sex Love) plantea preguntas sobre la dirección artística del festival. Esta cinta, que originalmente iba a ser la segunda parte de una trilogía, aborda temas como la sexualidad masculina, el amor y los primeros momentos de pasión. Sin embargo, la ejecución del film resultó insípida, con una puesta en escena tenue y un guion que gira en torno a ideas demasiado leves. El jurado destacó la sutileza de la obra, aunque muchos argumentaron que esta delicadeza era más bien una falta de energía y profundidad argumental. En contraste, el público y algunos críticos vieron en esta elección una forma de justicia, aunque no necesariamente positiva.
Los resultados generales del festival también fueron objeto de debate. La selección de películas en competición fue calificada como inferior a años anteriores, lo que provocó reacciones airadas entre los profesionales del cine alemán. Se esperaba que esta edición especial trajera consigo cambios significativos, incluyendo la llegada de estrellas internacionales y una mayor relevancia mediática. Sin embargo, estas expectativas no se cumplieron. La nueva directora, Tricia Tuttle, enfrenta ahora el desafío de revitalizar un festival que ha perdido terreno frente a otros eventos cinematográficos globales.
A pesar de la decepción generalizada, hubo reconocimientos merecidos. El Gran Premio del Jurado para O último azul, de Gabriel Mascaro, fue ampliamente celebrado por su versatilidad y enfoque en temas femeninos. El premio a la dirección para Huo Meng por Living the Land y el galardón al mejor guion para Radu Jude por Kontinental '25 también fueron bien recibidos. Estas obras ofrecieron un respiro de calidad en medio de una edición que, en general, no cumplió con las expectativas.
En cuanto a las interpretaciones, Rose Byrne obtuvo el premio a la actuación principal por su papel en If I Had Legs I'd Kick You, mientras que Andrew Scott fue reconocido como intérprete secundario por su trabajo en Blue Moon. Estos reconocimientos añadieron un toque de brillo a un palmarés que, en general, no logró impresionar. La mención a contribución artística para Lucile Hadzihalilovic por La tour de glace fue vista por algunos como un paso en falso, ya que la película podría haber merecido un reconocimiento más alto.
Finalmente, la Berlinale de este año deja un sabor amargo. Aunque no fue la peor edición en la historia del festival, sí marcó un punto de inflexión. Los organizadores tienen ahora la tarea de reevaluar su estrategia y encontrar formas de devolverle al certamen la relevancia y el prestigio que alguna vez tuvo. Con nuevas caras al frente y la presión de cumplir con las expectativas del público, el futuro de la Berlinale parece incierto, pero lleno de posibilidades.