La capital de Groenlandia, Nuuk, una mezcla peculiar de construcciones modernas y coloridas en un paisaje desolado, se convirtió en un escenario inusual para la diplomacia global. Dominada por la estatua de Hans Egede, un misionero cuya figura es ahora objeto de debate anticolonial, la ciudad fue testigo de la llegada de importantes líderes. Entre ellos, el presidente francés, Emmanuel Macron, quien, junto a la primera ministra danesa y su homólogo groenlandés, se preparaba para una excursión aérea por los hielos eternos. La visita de Macron a este remoto territorio, impensable hace poco, adquirió una nueva relevancia tras la polémica sugerencia de Donald Trump de una posible anexión de Groenlandia a Estados Unidos. En un discurso que cautivó a los habitantes de Nuuk, Macron reafirmó la soberanía de la isla, anunció la apertura de un consulado francés y enfatizó el impacto del cambio climático en la región. Su insistencia en el término 'clima' resonó en un contexto donde el tema se había vuelto delicado a nivel internacional.
El vuelo hacia la cumbre del G7 se transformó en un espacio para la introspección y la rememoración. El escritor recordó un viaje similar con Macron siete años atrás, en los albores de su presidencia, cuando el optimismo parecía definir su trayectoria. Ahora, el panorama era sombrío: la guerra en Ucrania, la devastación en Gaza y la amenaza inminente de un conflicto mayor entre Israel e Irán teñían cada conversación. En este escenario turbulento, Macron reiteró una convicción de antaño: que su liderazgo se forjó para afrontar las crisis, no para tiempos de calma. A pesar de los desafíos internos que ha enfrentado su gobierno, su influencia en la política exterior francesa se mantiene, y en el ámbito global, su figura parece fortalecerse. El autor notó un Macron vigoroso, no solo en su discurso, sino también en su físico, evidenciando una nueva afición al entrenamiento. Su capacidad para establecer una conexión personal con sus interlocutores, incluso en un ambiente tan formal como el avión presidencial, dejó una profunda impresión. La conversación sobre cine y literatura, salpicada de anécdotas sorprendentes sobre el conocimiento de Macron sobre la vida personal del escritor, demostró su agudeza y su habilidad para recordar detalles insignificantes, dejando entrever una memoria prodigiosa o una preparación exhaustiva.
En el complejo entramado de la diplomacia internacional, la figura del 'sherpa' emerge como un pilar fundamental. Emmanuel Bonne, el discreto pero influyente sherpa de Macron y director de la unidad diplomática del Elíseo desde 2019, es un actor clave en la política exterior francesa. Con una voz pausada y un enfoque pragmático, Bonne encarna la obediencia y la lealtad al servicio público. Durante el trayecto a Canadá, Bonne desgranó los retos que enfrenta el G7. Antaño, el grupo representaba la mayoría del PIB mundial, pero hoy su peso ha disminuido significativamente. Esta realidad exige una mayor cohesión entre sus miembros para abordar los problemas globales, desde Ucrania y Oriente Medio hasta el cambio climático, un tema que se ha vuelto espinoso debido a la postura escéptica de algunos líderes. La cumbre buscaba, más que acuerdos concretos, una declaración de intenciones, una dirección común. La anécdota de la llamada de Macron a Trump antes de la escala en Groenlandia reveló la singular dinámica entre ambos líderes y la estrategia de Macron para manejar la imprevisibilidad del presidente estadounidense. La ambición de Macron de liderar Europa en la era post-Trump se hizo evidente, consolidando su posición como el líder más veterano en términos de longevidad presidencial en el G7.
La cumbre del G7, un encuentro de la élite global, se transformó en un escenario donde las dinámicas de poder se manifestaban de forma inusual. El autor, aún desorientado por el desfase horario, evocó la metáfora de 'La Rata', un concepto de Philip K. Dick que describe un juego donde el banquero tiene el poder absoluto de alterar las reglas a su antojo, sumiendo a los jugadores en el caos. Esta imagen resonaba con la atmósfera en el lujoso hotel, un laberinto de pasillos y salones donde se congregaban 1500 delegados, ataviados con trajes sombríos. La espera por el inicio de las sesiones, marcada por el retraso de Donald Trump y el canciller alemán, Friedrich Merz, reveló las tensiones subyacentes. La llegada de Trump, acompañado de Merz en lo que pareció una deliberada afrenta al protocolo, subrayó su intención de imponer sus propias reglas. Las discusiones iniciales, especialmente la reiterada insistencia de Trump en la ausencia de Putin del G7, evidenciaron la falta de consenso. La intervención de Giorgia Meloni, con su vivaz personalidad y su original forma de ilustrar la disminución del poder occidental frente a China, contrastó con la formalidad general. La humillación pública de Keir Starmer por parte de Trump, capturada en una imagen que dio la vuelta al mundo, simbolizó la imposición de una nueva jerarquía en la escena global.
La partida inesperada de Trump del G7 desinfló la tensión inicial, pero dejó un vacío palpable. El autor reflexionó sobre la humillación de Volodímir Zelenski, quien viajó miles de kilómetros solo para ver a Trump marcharse antes de su llegada. Sin embargo, en un giro paradójico, esta afrenta pareció enaltecer a Zelenski, demostrando su resiliencia y su compromiso inquebrantable con su país. Los demás líderes del G7, ahora sin la presencia dominante de Trump, mostraron una mayor solidaridad con Zelenski. Las conversaciones se centraron en la necesidad de mantener el apoyo a Ucrania, a pesar de las dificultades. Meloni, con su estilo directo y sin rodeos, resumió la amenaza de Putin, comparando sus ambiciones expansionistas con los antiguos imperios coloniales y señalando la necesidad de una respuesta unida. Macron, al verse liberado de la sombra de Trump, asumió con visible agrado el papel de 'macho alfa', demostrando su liderazgo y su capacidad para evaluar la situación con una perspectiva amplia. En el vuelo de regreso, el búho en la camiseta de Macron, símbolo de la sabiduría de Minerva, rememoró un discurso anterior del presidente sobre la comprensión de la historia. Las conversaciones en el avión, marcadas por la euforia y el cansancio, abordaron temas como las 'burbujas cognitivas', el pensamiento contrario y los dobles raseros en la política internacional. Una reflexión final de Macron sobre los adolescentes y su abuela reveló una faceta más personal, cerrando un viaje que desveló las complejidades del liderazgo en un mundo en constante tormenta.