El día comienza temprano para José Antonio Sires, un abogado penalista dedicado a la defensa de víctimas de violencia de género. En los juzgados de Sevilla, el primer paso es identificar el tribunal de guardia, el epicentro de la actividad legal del día. Se esperan casos urgentes, con detenidos que han pasado la noche en calabozos, y víctimas citadas para testimonios cruciales, lo que demanda una preparación inmediata para afrontar posibles juicios rápidos o audiencias de medidas cautelares.
Cerca de las 9:30, la sala de atención a las víctimas se convierte en el escenario de encuentros conmovedores. José Antonio se prepara para escuchar relatos que no siempre quedan completamente plasmados en los atestados policiales. Aquí, la empatía es fundamental para guiar a las víctimas a través del procedimiento legal, explicando las opciones disponibles, desde órdenes de alejamiento hasta prisiones provisionales, buscando siempre la máxima seguridad para ellas.
Con el avance de la mañana, los casos comienzan a materializarse. Cuatro detenciones y cuatro víctimas, cada una con una historia única de sufrimiento. Desde una mujer acosada al salir del supermercado, a otra cuya vida está en constante riesgo debido a un agresor con orden de alejamiento, pasando por el desgarrador testimonio de una extranjera que ha vivido la violencia desde su infancia, hasta un episodio de agresión física tras una discusión. Cada relato subraya la urgente necesidad de protección y la compleja naturaleza de la violencia de género.
La tarde trae consigo las resoluciones judiciales, no exentas de claroscuros. Dos de los agresores aceptan los cargos, lo que reduce sus penas pero no elimina la necesidad de órdenes de alejamiento. Un tercer caso revela una sorpresa: el agresor de la mujer extranjera tenía una orden de prisión pendiente, lo que deriva en su ingreso inmediato en un centro penitenciario. Sin embargo, no todo es victoria: a una víctima con alto riesgo, según el sistema VioGén, se le deniega la orden de protección, una decisión que el abogado se compromete a recurrir, evidenciando las grietas en el sistema de protección.
La jornada vespertina continúa con la misma intensidad, sumando cuatro nuevos casos. Las entrevistas con las víctimas y las posteriores audiencias en sala mantienen a José Antonio en constante movimiento. Aunque la mayoría de los casos se resuelven, uno queda pendiente por la ausencia del investigado, lo que podría llevar a una orden de búsqueda y captura. La guardia se extiende por 24 horas, lo que significa que en cualquier momento puede surgir una nueva llamada de emergencia.
Al filo de la medianoche, José Antonio Sires reflexiona sobre el día. Recuerda con asombro la respuesta de un acusado sobre su consumo de alcohol, que pinta un cuadro desolador de la percepción de la adicción. Pero también atesora un momento de profunda humanidad: el abrazo y las lágrimas de una víctima agradecida por haberle conseguido una orden de protección. Este instante, cargado de emoción, refuerza el propósito de su incansable labor, un testimonio de la conexión humana en medio del drama judicial.