En el año 1883, un evento singular marcó la historia de un pequeño municipio almeriense, Líjar, cuando sus habitantes, movidos por un profundo sentimiento de lealtad, declararon la guerra a Francia. Este peculiar acto fue una respuesta al trato despectivo que la prensa parisina y la sociedad francesa en general propinaron al monarca español, Alfonso XII, durante una visita diplomática. El rey había desfilado en Alemania con un uniforme prusiano, lo que generó un fuerte rechazo en una Francia aún dolida por la reciente derrota en la guerra franco-prusiana. Los periódicos españoles se hicieron eco del desaire, llegando la noticia, con cierto retraso, al remoto Líjar, un pueblo de apenas 300 almas enclavado en la sierra de los Filabres.
\nLa noticia de la afrenta llegó al alcalde de Líjar, Miguel García Sáez, un abogado con inclinaciones poéticas y un fervor monárquico inquebrantable. Al enterarse por el periódico de que el rey había sido insultado y apedreado en París, convocó de inmediato a los miembros del ayuntamiento. Con un patriotismo ardiente, decidieron que tal ultraje no podía quedar impune y, en un gesto de audaz desafío, redactaron y firmaron una declaración de guerra oficial contra Francia. Este documento, clavado en la fachada del ayuntamiento y en la botillería local, marcó el inicio de un conflicto sin precedentes, en el que un \"ejército\" de agricultores y canteros se mantuvo en pie de guerra durante cien años, sin que una sola bala fuera disparada. La declaración fue transmitida de generación en generación, convirtiéndose en una parte intrínseca de la identidad del pueblo, mientras que, irónicamente, en Francia nadie tuvo conocimiento de este particular estado de beligerancia.
\nUn siglo después de aquella singular declaración, y tras innumerables cambios políticos y sociales en España, incluyendo el fin de la dictadura franquista y el retorno a la democracia, el pueblo de Líjar seguía técnicamente en guerra con Francia. Fue en 1983, bajo el liderazgo del alcalde socialista Diego Sánchez Cortés, cuando se decidió poner fin a este insólito conflicto. El 30 de octubre de ese año, en una ceremonia solemne y cordial, el vicecónsul francés Charles Santi y el alcalde de Líjar firmaron un tratado de paz. Con los himnos de España y Francia resonando, se selló el fin de una 'guerra' que nunca conoció la violencia, un acto que el diario 'El Ideal de Almería' calificó como \"la mejor paz del mundo\". Una placa conmemorativa se erigió para recordar este hito, simbolizando el fin de un siglo de una 'guerra incruenta' que, para Francia, siempre fue inexistente.
\nLa historia de Líjar nos recuerda que la honorabilidad y la dignidad, aunque a veces se manifiesten de formas inesperadas y, en apariencia, triviales, son valores atemporales que forjan el carácter de una comunidad. Este episodio, más allá de lo anecdótico, ilustra cómo un pequeño gesto de lealtad puede perdurar a través del tiempo, adaptándose a las circunstancias y culminando en un acto de paz que resalta la capacidad humana de trascender los conflictos. Nos enseña que la verdadera fortaleza no siempre reside en la fuerza de las armas, sino en la coherencia de los ideales y en la nobleza de espíritu que, finalmente, conduce a la reconciliación y a la armonía entre los pueblos.